Se corresponde a un modelo que, con actualizaciones, se ha venido repitiendo desde entonces en distintos países del continente en donde haya embajada de los Estados Unidos. Esas actualizaciones se corresponden básicamente con dos variables: la desaparición del campo socialista a inicios de la década de los 90 del siglo pasado y, principalmente, a los avances tecnológicos que se han expresado en las redes telemáticas y de comunicación contemporáneas, y que se han expresado en lo que hoy se conoce como los “golpes blandos”.
Tales golpes blandos se perpetran exclusivamente contra gobiernos progresistas o de izquierda, y hacen uso pervertido de una serie de herramientas propias de la institucionalidad del Estado de derecho en el cual se basa la democracia. Es de sobra conocido lo sucedido en Brasil, Ecuador y Bolivia, para no mencionar lo que aconteció en México, cuando hace siete años le fueron robadas las elecciones a AMLO.
En estas componendas entran a jugar elementos que se consideran “baluartes” de la democracia, el aparato judicial, los congresos o asambleas legislativas y los medios de comunicación. Estos últimos como encargados de darle forma a la opinión pública, con el fin de alcanzar consensos que respalden decisiones.
Hablamos de un uso “pervertido” de la institucionalidad del Estado, porque no se vacila en utilizarla torciendo reglas y normas que están en la base de su legitimidad, poniendo en entredicho que el campo democrático sea, efectivamente, un espacio de disputa político confiable, que sirva para que se expresen las diferencias ideológicas y políticas de diferentes grupos sociales.
La derecha se mueve en la impunidad en un contexto mundial en el que prevalece el conservadurismo cultural y los proyectos políticos reaccionarios, incluso neofascistas, en el que, en la potencia dominante del mundo, los Estados Unidos, domina un proyecto que en mucho recuerda los años de la entronización del fascismo en Alemania.
¿Es en estas condiciones que el progresismo y la izquierda latinoamericanas aspiran a llegar al poder e impulsar cambios que son vistos como amenazantes? ¿No seguiremos repitiendo recurrentemente lo sucedido en Chile, en Honduras, en Bolivia, en México, en Ecuador, Paraguay o en Brasil?
Nos guste o no nos guste, los únicos países en los que el proyecto golpista de la derecha no ha logrado prevalecer son aquellos en los que los ejércitos no han sido instrumentalizados: Nicaragua, Venezuela y Cuba. Es decir, ahí en donde hay un valladar de fuerza. No se trata aquí de discutir si nos gustan o no lo que estos países hacen o dejan de hacer, si nos identificamos o no con su forma de entender la construcción de sociedades alternativas a la capitalista dominante, u otros aspectos que están en la picota de la discusión de la izquierda latinoamericana. No, lo que se debe discutir es qué es lo que hay que hacer para lograr prevalecer en este contexto adverso en el que las herramientas “melladas” de la democracia son siempre utilizadas como herramientas en contra nuestra, y nosotros seguimos tan campantes.
Es una reflexión crucial que deberíamos hacer.