Aniversario luctuoso
Es bastante habitual que la mesa en que trabajo esté llena de recortes periodísticos, revistas, algún libro, papeles que me llegan y otros que no acabo de escribir, marcadores, lápices.
Esto, expresado en son de queja, es en sí minúsculo y no acepta comparación con aquello que vi en casa del Goyo (Gregorio Selser), bajo la vigilante mirada de Marta: ahí abundaba la goma de pegar y las bolsitas de súper para guardar cada tema, por país.
Un “antiguo” como yo –más o menos de mi “rodada”– reflexionaba el otro día al hurgar en el baúl de sus recuerdos –previamente tamizado y examinado por su forma de ver y analizar los hechos habidos en el mundo–. Me decía: “hace un par de días escribí algo sobre Hiroshima con el interés de conjugar otros elementos. A algunos compañeros les pareció que debería publicarse: en fin, soy el menos indicado para decirlo, solo que, de ser cierto, si pueden y quieren hacerlo –no me importa figurar (si no es necesario)— aunque pongan otras cosas, incluso con ironía”.
“La bomba atómica fue usada con el argumento de ahorrar vidas… estadunidenses”. Los asesores militares del presidente Harry Truman le dijeron que conquistar el Japón supondría un millón de bajas. Y como Truman era un buen negociante (se inició empresario como un sureño agricultor), vio que era muy conveniente cambiar cien mil o doscientos mil japoneses por un millón de estadounidenses. El hombre había declarado al New York Times el 24 de junio de 1941: “Estados Unidos debe ayudar a cualquiera de los bandos que lleve las de perder. Si vemos que Alemania está ganando, debemos ayudar a Rusia. Si vemos que Rusia está ganando, debemos ayudar a Alemania. La cuestión es que se maten entre ellos en el mayor número posible”.
“Tampoco la bomba atómica fue una novedad total. Pocos meses antes, en febrero –con Alemania derrotada sin levante–, Dresde, una ciudad sin relieve estratégico ni militar alguno, fue arrasada. En general, los bombardeos aéreos aliados (de EE.UU. y Gran Bretaña) causaron tres muertes civiles por cada baja militar. Y no fue casualidad, era premeditado: sabían lo que estaban haciendo. Durante cuatro años se bombardeó zonas urbanas solo con el objetivo de sembrar el terror (o sea, hacer terrorismo a escala masiva). El pretexto fue que los “otros” (los nazis y los fascistas) habían comenzado antes, lo cual era cierto. Pero ninguna potencia de la época actuó cuando esas bombas arrasaban aldeas libias o etíopes o Gernika.
“Así que la utilización de la bomba nuclear solo fue un ‘salto en calidad’ de cosas que procedían de antes”. Otra cosa que ya venía de antes era la política expansionista del Japón. En la búsqueda de su propio “espacio vital Japón invadió China en el 31”, ocupando Manchuria y Corea. Cualquier historiador serio diría que la Segunda Guerra Mundial comenzó ahí, en esas fechas.
“EE.UU. ya lo tenían presente: en 1921: su embajador en Moscú negoció con Lenin el alquiler (o mejor, la compra) de la península de Kamchatka. Los motivos no eran solamente económicos; fundamentalmente eran geopolíticos. EEUU consideraban ya a Japón como su principal amenaza en el área del Pacífico.
“Las atrocidades cometidas por la ocupación japonesa merecen varios libros y un estómago blindado. Lo del puente del Kwai es un modesto frijolito.
“Por ejemplo, se llevaron miles de mujeres coreanas como esclavas sexuales, crimen que nunca reconocieron.
“Ya antes de Hiroshima, el Japón consideraba la rendición. Su única condición era la de no tocar al emperador, al que consideraban una figura divina: para cualquier otro ciudadano del mundo –una persona con algunos buenos sentimientos— un atroz criminal. Lograron tal propósito
“Las atrocidades cometidas por la ocupación japonesa merecen varios libros y un estómago blindado. Lo del puente del Kwai es un modesto frijolito.
“Por ejemplo, se llevaron miles de mujeres coreanas como esclavas sexuales, crimen que nunca reconocieron.
“La semana pasada hubo una explosión tremenda en Beirut. Mañana aparecerá otro virus… y siempre el negocio será el mismo: destruir… y reconstruir… –una y otra vez– y cobrar por ello: resumen al hurgar en el baúl de sus recuerdos –previamente tamizado y examinado por su forma de ver y analizar los hechos habidos en el mundo”.
Estas son las conclusiones que le aporte la memoria a Ernesto “el Negro” Domínguez al revolver el baúl de sus recuerdos en este 75 aniversario luctuoso.
Periodista uruguayo que en Montevideo trabajó en CX 8 – Radio Sarandí (1972-76). En el exilio (1976-19859 escribió en El Día, México; El Nuevo Diario de Nicaragua y Agencia Nueva Nicaragua (1983-90). Asimismo, en México lo ha hecho en Novedades, La Jornada y Aldea Global de México (1998-2014). En la actualidad escribe regularmente en Uruguay para el Semanario Voces.