Divorcio con efectos duraderos
Luego de un proceso que duró casi tres años y que estuvo precedido por medio de un referendo, transcurridos casi cuatro décadas del enlace, Reino Unido se divorció de la Unión Europea (UE) exhibiendo las complejidades resultantes de la vinculación de la capital británica con la sede comunitaria. En un principio se partió de la promesa de campaña del premier David Cameron de consultar a la ciudadanía sobre el creciente euroescepticismo contrario a la pertenencia con la comunidad porque frenaba –se decía– la autonomía del reino sobre leyes laborales, del medio ambiente, elusión y evasión fiscales o favorables al consumidor que deberían ser cambiadas por acuerdos comerciales con la UE y con Estados Unidos (EEUU).
Otros ingredientes de influencia para la separación fueron los que se atizaron al echar a andar ciertas corrientes de chauvinismo, nacionalismo y colonialismo vulgares relacionadas con las corrientes migratorias. Sin embargo, se debe hacer centro en que como telón de fondo de todo estaba la idea de regresar a una política de primacía del mercado y el proteccionismo nacional opuestos a las corrientes globalizadoras del neoliberalismo.
Producido el brexit, se abre la etapa de las reformas, que ocurrirán en prácticamente todos los órdenes de la vida de las islas británicas dada la profundidad que tuvieron al alterar la situación previa a la integración con la mancomunidad, que no sólo atendió a cuestiones de relieve comercial; hay varias generaciones que deberán aprender de nueva cuenta a aplicar la ley a contrapelo o, siquiera, de forma diferente a como lo hicieron hasta ahora, mientras el compás lo marcarán los cambios que demorarán –con toda seguridad– muchos años, aunque nuestro primer pensamiento se dirija al abandono de Reino Unido del Espacio Económico Europeo y los privilegios obtenidos con la pertenencia a la UE, como las relaciones comerciales que facilitan los TLC con México y Turquía, por ejemplo.
De forma adicional debe pensarse que si la UE resultará perjudicada con esta deserción, los 27 países que quedan componiéndola son territorial y poblacionalmente mayores que las islas británicas, donde se suman los votos en desacuerdo sobre la separación de los ciudadanos de Irlanda del Norte y Escocia. Si lo ponemos en números debemos decir que con el brexit la quita de habitantes de la UE es de 66 millones, de territorio el 5.5% y 17% del PIB de la comunidad.
Los acuerdos acerca del retiro se llevarán –en principio– hasta finales de este año (aunque el tiempo es prorrogable) y en él, entre otras muchas cosas, deberán arreglarse algunas cuestiones referidas a familias y personas; por ejemplo, qué hacer con los tres millones de migrantes en Reino Unido y el millón 200 mil británicos que habitan el continente: los conflictos de esta gente pueden extenderse –por lo menos– durante cinco años, tiempo que demora la obtención de una residencia legal.
Por otra parte, no es secreto que desde que Donald Trump ingresó a la Casa Blanca en 2017 ha intentado disgregar –hasta donde le sea posible– a este competidor de la UE. Lo hizo en su momento apoyando a Reino Unido en el brexit y lo sigue haciendo con otros ahora. Un ejemplo de ello es su propuesta de abatir todos los aranceles entre su país y los integrantes (individualmente considerados) de la UE, haciendo a un lado a la organización.
En enero en Davos se reunió con la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, para negociar un acuerdo comercial, pero se permitió declarar en el curso de los debates que “Si no podemos lograr un acuerdo comercial, tenemos que imponer una tasa de 25 por ciento a sus autos” (declaración a Fox News). La embajadora germana en EEUU, Emily Haber, le contestó desde Washington que Bruselas gravaría a los productos estadunidenses. Y la guerra de declaraciones continuó con las afirmaciones de Trump sobre el divorcio británico de fines de enero de 2020: «Creo que (el brexit) es algo muy bueno; algo realmente fantástico. Los británicos han recuperado el control de su país», complementado su pensamiento con “La Unión Europea es básicamente un vehículo para Alemania”.
Y cuando no es en relación con la UE o sobre el medio ambiente, el tema puede ser la defensa y los europeos occidentales soportan que les diga «Los miembros de la OTAN no pagan una parte justa. O pagan o tienen que salir. Y si así se rompe la OTAN, que se rompa» rematado con «Cuando dije que la OTAN estaba obsoleta no sabía mucho de la organización, pero tenía razón».
Por otra parte, algunas naciones de las 27 que integran la actual UE tienen sus propios proyectos de desarrollo. El caso de Italia –relegada a un lejano tercer lugar por Alemania y Francia– se convirtió hace poco más de un año en la primera integrante del G7 (se supone que son las democracias más industrializadas) en incorporarse al ambicioso plan chino de la Ruta de la Seda para acceder a Europa. El memorándum de entendimiento de 29 puntos –para disgusto de los estadunidenses, que hablaron de “traición italiana”– fue suscrito en Roma por el presidente chino Xi Jinping y el premier Giuseppe Conte.
A eso se agrega que este año la UE, en voz de su presidenta, desde la eurocámara dirigía una disculpa a Italia por haber sido omiso en la solidaridad cuando la crisis del coronavirus. Al referirse a los hechos de hace algunas semanas, Von der Leyen sostuvo que ningún país estaba listo para enfrentar la problemática que arrastraría el Covid-19 y admitió que la UE no estuvo ahí cuando Italia los necesitaba (entre otros, la nación recibió ingente ayuda china y cubana).
Entre el memorándum de hace un año y los aportes de auxilio, se refuerzan con la ausencia de la UE en la bota las corrientes euroescépticas que -asimismo- se desarrollan en toda Europa occidental.
Me uno a este 20 de mayo y a la Marcha del Silencio recordando a todos los desaparecidos y a mis compañeros-hermanos Fernando “el Pata” Díaz y Raúl “el Coco” Tejera Llovet, secuestrados en Buenos Aires en 1976.
Periodista uruguayo que en Montevideo trabajó en CX 8 – Radio Sarandí (1972-76). En el exilio (1976-19859 escribió en El Día, México; El Nuevo Diario de Nicaragua y Agencia Nueva Nicaragua (1983-90). Asimismo, en México lo ha hecho en Novedades, La Jornada y Aldea Global de México (1998-2014). En la actualidad escribe regularmente en Uruguay para el Semanario Voces.