Hace un par de décadas me preguntaron cuál fue el primer libro que leí. La respuesta sin ningún ápice de duda fue, que sin contar la que me mandaron a leer obligatoriamente en primaria, Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez —obra de la que sólo recuerdo el título—, La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson.
Repetí esa respuesta ante la misma pregunta durante muchos años hasta que un día, ordenando mi biblioteca personal, conseguí la edición del libro que creía me inició como lector y me percaté con la portada de que no era el título de Stevenson, sino de Enid Blyton, Los cuatro aventureros.
Haber visto por televisión durante la infancia La isla del tesoro en dibujos animados hizo que la memoria guardara este falso recuerdo como cierto. Era la época en que la TV ya se había adjudicado el oficio de niñera, como lo señaló Marshall McLuhan, y que pasamos de ser seres “tipográficos” a simplemente “gráficos”, de acuerdo con Comprender los medios de comunicación, obra que le siguió a su célebre La Galaxia de Gutenberg.
Tanto se ha escrito y publicado sobre los medios de comunicación y nada ha cambiado. Para McLuhan son los “agentes que hacen que algo suceda”. Bajo la manipulación burda han logrado permear en la conciencia de personas para que tengan una imagen de una “realidad”, así, entre comillas, porque es la realidad que les conviene.
Los medios de comunicación hegemónicos producen la memoria global. Se ponen de acuerdo sin necesidad de reunirse, ni siquiera virtualmente –algo que se ha hecho común en estos tiempos de pandemia–, porque el acuerdo es tácito: defender el neoliberalismo, incluso aunque sea indefendible. En las salas de producción de noticias se determina qué se debe olvidar y recordar. Qué es lo que hay que pensar.
“Complacemos peticiones”, “es lo que quiere el público”, son sus consignas comunes. Es lo que hacen creer. Sólo que los gustos fueron impuestos. La “libertad”, palabra tan cacareada por estas empresas de la comunicación, es condicional. La verdad, también; porque está sujeta a sus intereses. Si tienen que utilizar la mentira, la usan. Y cuando no pueden, hacen mutis. Orson Welles nos dio un adelanto con Ciudadano Kane, película en donde retrata al magnate William Randolph Hearst, quien tenía como máxima “Hago noticias”.