Hoy Bolsonaro; mañana, ¿quién sabe?
Desde el primero de abril, de acuerdo con un boletín militar, el Jefe de Gabinete (Casa Civil), general Walter Souza Braga Netto se hizo cargo del Estado Mayor de Planalto, pasando a dirigir los temas operativos en lugar de Jair Bolsonaro, quien continúa como presidente, por ahora. La situación institucional brasileña fue calificada por La Repubblica de Italia con un vocablo impropio: Daniele Mastrogiacomo —redactor de la nota— irrespetó con racismo al calificarlo como un “golpe blanco”. Por su parte, desde Argentina, el también periodista de investigación Horacio Verbitsky confirmó la especie difundida en Italia el pasado 3 de abril.
De acuerdo con las declaraciones públicas dadas por diferentes voceros políticos y militares, el nombramiento y la sustitución estarán vigentes mientras Brasil sea azotado por el coronavirus, tras lo cual Bolsonaro retomaría la presidencia y Braga Netto volvería a la Casa Civil. Es cierto que parte de la prensa espera que así ocurra, mientras otros piden la renuncia del mandatario y dudan que vuelva a ejercer el mandato constitucional, apostando —mayoritariamente— a la continuidad militar.
Asimismo, hay sectores que creen oportuno revisar la circunstancia y la historia de la dictadura instalada el 31 de marzo de 1964 —a 56 años del derrocamiento del popular presidente João (Jango) Goulart— en momentos en que el país destacaba en diversos órdenes mundiales, incluido el económico, y compararlo con el presente de Bolsonaro, en una nación desperfilada internacionalmente, sujeta a vaivenes y repudiables consejos de entornos familiar y político.
Luis Nassif, opinando desde Brasil247, describió, según su criterio, las posiciones de los distintos grupos de poder frente a la gestión habida: la prensa está ansiosa por una crisis institucional (léase O Globo que prepara una campaña de impeachment contra el mandatario); concita apoyos de las oligarquías estatales, más la oligarquía del Congreso, y el grupo empresarial mayor; la rechazan otros empresarios y muy especialmente el sistema financiero que deploró las primeras medidas y conspiró contra el Real (moneda nacional) y la Bolsa de Valores de São Paulo.
En su colaboración del 6 de abril para La Jornada (México), el periodista brasileño Eric Nepomuceno sitúa a Bolsonaro (que calificó a la pandemia como una “gripecita”) en medio de otros dos mandatarios —Alexander Lukashenko, de Bielorrusia, y Gurbanguly Berdimuhamedow, de Turkmenistán— y del trío escribe: “Desprecian las orientaciones de la Organización Mundial de la Salud, de científicos, investigadores, especialistas, de toda y cualquier lógica y raciocinio”. El turcomano, incluso, hace recordar parte del pasado dictatorial uruguayo: prohibió que en medios públicos se pronuncie o escriba la palabra coronavirus.
En el gabinete del patético (según Nepomuceno) Bolsonaro se sostiene Luiz Henrique Mandetta en Salud, a pesar de haber sido desautorizado, denostado públicamente por el presidente y éste haberlo querido cesar. Las medidas sobre el Covid-19 y su posición personal la respaldaron dos ministros —Paulo Guedes, (ex servidor de Pinochet) desde Economía, y Sergio Moro, de Justicia, exjuez que condenó a Lula—. Además, cuenta con el favor de la oficialidad militar. Bolsonaro deja la duda de si sólo se trató de uno de sus habituales desvaríos o estaba recalculando —alentado por su entorno— hasta dónde llegaría el poder castrense.
Al trasuntar un dejo de tristeza, Nepomuceno concluye: “Lo que nadie sabe es cuándo ese esperpento dejará su laberinto rumbo al callejón sin salida de un autogolpe, o alguien adoptará la única decisión sensata posible: catapultarlo de una vez y para siempre del sillón presidencial.”
Cuando pensábamos que el actual estado de cosas debe cambiar —no sólo en Brasil sino en nuestro sur hemisférico— y que lo deseable para el estado-continente está cada vez más distante de la vuelta atrás a la dictadura, la movilización chilena viene a nosotros e incurre en cuestiones comunes a los sudamericanos y sobre todo a los más australes. Mientras se alude a los partidos Socialista y Comunista —indicando que se quedaron atrapados por lo electoral—, Daniel Martínez sostiene que la cuestión del poder se dirimirá solo cuando los actuales sujetos históricos del cambio lleguen a él. Más allá de la duda que me deja esa idea, Daniel se da respuesta antes, pudiéndosela aplicar a otras situaciones de Sudamérica al escribir que: “La experiencia popular chilena actual no constituye una revolución. Tampoco es una insurrección, sino una sublevación espontánea de dimensiones colosales y se acerca más a algunos conceptos gramscianos”. Y agrega: “Podemos concluir, recurriendo a Gramsci, que el problema central a este respecto no sería tanto el arte de la insurrección como tal, sino el arte político de unir insurrección y levantamiento popular”.
Hubo —creo— en Brasil un concierto de militares con algunos oligarcas y dirigentes partidistas anterior al 1º de abril en el que acordaron acciones inmediatas más allá de si Bolsonaro se queda (modificando sus acciones y sin hijos ni gurúes) o se va (mediante incitación a la renuncia). Para este último caso, parecería que lo adecuado es la sustitución del actual por el vicepresidente, general retirado Hamilton Mourão. Supongo, entonces, que el expresidente Fernando Henrique Cardoso está al tanto del recambio y lo confirmó, pero —por las dudas— no mencionó el nombre al ser entrevistado por El País (de Prisa) en edición luso-brasileña.
Es mi opinión que se formarán círculos políticos concéntricos tras la salida de Brasil de esta crisis que incidirán en el desarrollo futuro del subcontinente. Por último, señalo el infortunio de correo de Bolsonaro donde se compara con un león. Antes que borrara la patética afirmación, hizo que le contestaran dándole la razón en identificarse con el rey de los animales.
Periodista uruguayo que en Montevideo trabajó en CX 8 – Radio Sarandí (1972-76). En el exilio (1976-19859 escribió en El Día, México; El Nuevo Diario de Nicaragua y Agencia Nueva Nicaragua (1983-90). Asimismo, en México lo ha hecho en Novedades, La Jornada y Aldea Global de México (1998-2014). En la actualidad escribe regularmente en Uruguay para el Semanario Voces.