Guatemala: bajo el signo del acoso
Aldo Dávila es diputado en el Congreso guatemalteco desde inicios de este año por el partido Winak (término sagrado de la cosmovisión maya que significa ser humano integral), uno de los partidos del espectro político progresista guatemalteco.
Dávila ha sido un activista del movimiento LGTBI en Guatemala durante años, y esa participación lo llevó a que le propusieran la diputación sin ni siquiera ser militante de ese partido. Recibió otras ofertas similares de partidos con posiciones ideológico-políticas similares, pero concretó con Winak que, por demás, ya había tenido como diputada en el período anterior (2016-2019) a la primera mujer diputada que no tuvo empacho en asumir públicamente su lesbianismo: Sandra Morán.
Aldo Dávila asumió públicamente su condición en la adolescencia, y recibió entonces el respaldo irrestricto de su madre quien, desde entonces, lo acompañó en su militancia por los derechos de quienes, en un país especializado en las discriminaciones de todo tipo, sufren diariamente el acoso, la marginación y el abuso del resto de la población.
El martes 10 de marzo, diputados presentes en el hemiciclo del Congreso de la República, insultaron a Aldo Dávila por ser homosexual en plena sesión. Lo acosaron de la misma forma como él mismo relata en una entrevista que lo hacían sus compañeros de colegio: en grupo y sin dar la cara, lanzando insultos e improperios homofóbicos de espaldas al plenario, ocultando el rostro y riéndose en grupo.
Son diputados que forman parte de lo que en Guatemala se ha denominado “el pacto de corruptos”, una alianza entre mafias de ayer y de hoy, que tienen en común la necesidad de salvaguardar intereses vinculados a la impunidad de crímenes cometidos durante la guerra, y la utilización del Estado como botín para grandes negociados. Para ello, han desatado una verdadera cruzada contra todo signo de oposición a sus matráfulas: echaron a la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG); han intentado apoderarse del Archivo Histórico de la Policía Nacional de Guatemala, el segundo más grande de su tipo en el mundo después del de la Stasi alemana, que ha servido para sustentar pruebas que han llevado a la condena de criminales de la guerra que asoló el país por más de 36 años; elaboraron una ley, que recién aprobó el congreso, para limitar el trabajo de las organizaciones no gubernamentales.
Se trata de un verdadero cartel del crimen organizado, prepotente, altanero y malcriado, que se ceba en este caso en Aldo Dávila. Se enfrentan a él con los mismos métodos que han utilizado siempre en su accionar político y personal, tirando la piedra y escondiendo la mano.
Pretenden insultar a Dávila por una condición que en sus mentes retrógradas constituye poco menos que una minusvalía o un vicio despreciable; y para los diputados evangélicos que participan de tales rebatiñas, un estado pecaminoso que deben exorcizar.
Tales concepciones y actitudes discriminatorias y marginalizadoras son pan de todos los días en Guatemala, un país que erige su identidad hegemónica sobre la discriminación del indígena, que representa poco menos del 50% de la población; en el que a la mujer no solo se le relega a un segundo plano sino se le asesina impunemente: Guatemala tiene uno de los índices más altos de feminicidios del mundo.
En ese panorama, Aldo Dávila se erige como un bastión de dignidad que resiste los embates de quienes se han quedado atorados en los fangales de la historia. Estos diputaditos mediocres y tramposos no lo saben, pero el futuro está representado por Dávila, tiene su rostro, ya apareció en el horizonte guatemalteco y está sentado con ellos en la Sala de Sesiones del Congreso de Guatemala.
Escritor, pintor, investigador y profesor universitario de origen guatelmateco con residencia en Costa Rica. Participó en el consejo de redacción de la revista de análisis político cultural Ko’eyú Latinoamericano. Actualmente es presidente de la Asociación por la Unidad de Nuestra América (AUNA-Costa Rica) y dirige la revista Con Nuestra América.