Paraguay 1870, inmolación de un pueblo

Este 1 de marzo se conmemora el sesquicentenario del trágico fin de la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870), formada por Brasil, Argentina y Uruguay contra Paraguay. Ese día, cinco mil soldados brasileños atraparon en Cerro Corá a los maltrechos restos del ejército del Mariscal Francisco Solano López, que defendían con fiereza la soberanía nacional. El combate final de la contienda fratricida fue una verdadera carnicería humana, pues los oficiales paraguayos, muchos de ellos heridos, mutilados o enfermos, negados a rendirse, eran masacrados por los invasores.

El propio presidente López, quien tampoco aceptaba capitular, con unos pocos de sus hombres, fue rodeado por numerosos lanceros brasileños, que le hirieron en el vientre y la cabeza. Herido de muerte, se internó rumbo al Aquidabán Nigui y en el camino cayó del caballo y pidió que lo llevaran hasta ese arroyo. Enseguida aparecieron los brasileños encabezados por el propio General Correa de Cámara, quien se aproximó a López y le intimó la rendición. El Mariscal Presidente, incorporándose penosamente, le lanzó a Correa de Cámara una estocada como respuesta y exclamó: Muero con mi patria. El jefe enemigo ordenó que fuera desarmado, trabándose López en lucha desigual con el soldado que intentó hacerlo, mientras otro le disparaba, matándolo de un balazo en el corazón.

La historia de este devastador conflicto, instigado por Inglaterra, tiene que ver con los inicios del reparto del mundo por las potencias industrializadas, a lo que se resistía casi en solitario, la República del Paraguay. Su política nacionalista era una herencia de la generación que había realizado la independencia bajo la dirección del doctor José Gaspar de Francia, proclamado por los paraguayos Dictador desde 1814. El gobierno del doctor Francia –llevado a la literatura por Augusto Roa Bastos en su extraordinaria novela Yo, el supremo (1975)– expropió a terratenientes y ricos propietarios, estableció el monopolio estatal del comercio exterior e impidió la libre entrada de manufacturas y capitales foráneos. Las tierras fueron repartidas a los campesinos y con otras creo las “estancias de la patria“, para abastecer a su ejército, construyendo una sociedad igualitarista sin paralelo en el resto del continente.

A su muerte en 1840 le sucedió Carlos Antonio López, quien continuó la política de su antecesor. Conseguida la libertad de navegación por el Paraná (1852) y el reconocimiento internacional a la independencia, el gobierno paraguayo impulsó el desarrollo autóctono que permitió incluso la fabricación de barcos, algunos de acero y vapor, e instalar el primer ferrocarril del Río de la Plata, a pesar de la persistente presión de sus vecinos e incluso la amenaza de agresión de una escuadra de Estados Unidos, que remontó el Paraná en 1858.

En 1862 a Carlos Antonio López le sucedió en la presidencia su hijo Francisco Solano, quien debió enfrentar los apetitos del imperio esclavista del Brasil y del gobierno de Buenos Aires, ambos dependientes del capital británico. Tras la injustificada intervención militar brasileña en Uruguay (1864), que trajo la caída del presidente oriental Berro, aliado del Mariscal López, la guerra se hizo inevitable ante la posibilidad real de un bloqueo total al Paraguay. La formación de una alianza secreta en 1865 de Brasil, Argentina y Uruguay, bajo la tutela de Inglaterra, fue el puntillazo final.

Al principio de la guerra, los paraguayos llevaban la iniciativa y se peleaba lejos de sus fronteras, pero después de la derrota de su flota en El Riachuelo (12 de junio de 1865) y el desastre de Uruguayana (septiembre), la contienda se volcó sobre su territorio. En las grandes batallas del Estero Bellaco y Tuyutí (mayo de 1866) –consideradas las más mortíferas y monumentales de toda la historia latinoamericana–, la larga resistencia de Curupaytí y la tenaz defensa de la fortaleza de Humaitá –rendida en 1868–, así como en un sinnúmero de otros encarnizados combates, los soldados paraguayos demostraron arrojo y valor asombrosos. Caída Humaitá y dominado el río por la moderna flota brasileña, la superioridad en efectivos y armamentos de los aliados se impuso. A pesar de ello, Solano López siguió peleando al frente de los soldados sobrevivientes –muchos de ellos niños con barbas postizas–, después de trasladar su capital cuatro veces a lugares cada vez más intrincados, hasta perecer en Cerro Corá junto a lo que quedaba de su antiguo ejército.

Como resultado de la bárbara contienda, desapareció más de la mitad de la población de Paraguay, que también perdió partes apreciables de su territorio. El país vencido y ocupado tuvo que aceptar gravosas reparaciones de guerra y la apertura del mercado nacional a las manufacturas y el capital extranjero. Además, debió contraer el primer empréstito de su historia, dando en garantía las mejores tierras, bosques y hasta su más preciada joya, el ferrocarril nacional, que pasó a propiedad británica como The Paraguay Central Railway Company, verdadero símbolo del saqueo a que fue sometida toda una nación.

Tomado de www.informefracto.com

 

Sergio Guerra Vilaboy

Historiador cubano, doctor en Historia por la Universidad de Leipzig (Alemania). Actualmente es director del Departamento de Historia de la Universidad de La Habana; académico de número de la Academia de la Historia de Cuba y presidente de la Asociación de Historiadores Latinoamericanos y del Caribe. En 2018 recibe el Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanísticas de la República de Cuba. Autor de una extensa obra, entre la que se destaca: El dilema de la independencia (Premio de la Academia de Ciencias de Cuba 1995); Nueva Historia Mínima de América Latina: Biografía de un continente (Premio de la Crítica de Ciencia y Técnica del Instituto Cubano del Libro 2014); y Jugar con fuego. Guerra social y utopía en la independencia de América Latina y el Caribe (Premio Extraordinario Casa de las Américas 2010).

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.