Continuidad de Julio Cortázar
Julio Cortázar evitó por todos los medios que le hicieran homenajes. Ahora, los números redondos lo persiguen para celebrar su obra y su vida. En 2013 fue por los 50 años de la aparición de su novela Rayuela. El 12 de febrero de 2014 se cumplió 30 años de algo que sus amigos y lectores nunca pensaron que podía suceder, su desaparición física. Y para cerrar el ciclo del tiempo que transcurre, el 26 de agosto, también de 2014, se cumplió 100 años de su natalicio.
Era de esperar que, si Cortázar hizo de la literatura algo lúdico, sus lectores jueguen a ser cronopios y magas, hagan un mapa turístico de París por donde sus personajes transitaron en Rayuela y al final, las celebraciones que plantean para cada aniversario tienen el espíritu de un escritor que se niega a ser una celebridad, en pocas palabras, una estatua.
“Los ídolos infunden respeto, admiración, cariño y, por supuesto, grandes envidias. Cortázar inspiraba todos esos sentimientos como muy pocos escritores, pero inspiraba además otro menos frecuente: la devoción”, escribió el premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, a contracorriente del autor de Bestiario y a quien conoció primero como lector y luego entablaron una dilatada amistad.
“Fue, tal vez sin proponérselo”, continúa García Márquez, “el argentino que se hizo querer de todo el mundo. Sin embargo, me atrevo a pensar que si los muertos se mueren, Cortázar debe estar muriéndose otra vez de vergüenza por la consternación mundial que ha causado su muerte. Nadie le temía más que él, ni en la vida real ni en los libros, a los honores póstumos y a los fastos funerarios. Más aún: siempre pensé que la muerte misma le parecía indecente”.
Compañero de lucha y de prisión
El poeta Juan Gelman le escribió una carta que quizá Cortázar nunca leyó. Era parte de un libro que apareció impreso en Managua unos días antes de su deceso: Queremos tanto a Julio. En esa época, el correo postal se llevaba su tiempo. Gelman le confesó que siempre los acompañó cuando militaba con los Montoneros. También a Paco Urondo, asesinado por la dictadura argentina en 1976.
El comandante sandinista Tomás Borge, a modo de complicidad literaria, agradecía que Cortázar lo haya visitado y acompañado en la prisión. Sin duda, se refería a los libros que la censura somocista dejaba pasar gracias a que sus títulos no levantaban sospecha alguna: Los premios, Rayuela, Libro de Manuel, Bestiario, aunque seguramente, Las armas secretas habría terminado en la hoguera.
“Lo inverosímil de esta proscripción y circulación de libros era la afortunada ignorancia de los censores, quienes dispensaron que me llegaran los libros de Cortázar. Su torpeza me permitió leer y releer a Cortázar. Y allí sí lo conocí y reconocí. Además, él mismo entraba y salía de la prisión solo, por rendijas invisibles, inimaginadas. Se deslizaba clandestina, silenciosamente y conversábamos con frecuencia. Era un asiduo visitante; cosa que él no se daba cuenta”, relata Borges en “Julio Cortázar, compañero de prisión y libertad”.
Sus posiciones políticas contra las dictaduras militares que ensombrecieron América Latina en la década de los 70 y su apoyo a la Revolución Cubana y luego a la Sandinista, sin ningún ápice de dudas, nunca lo alejaron de la ficción. Solo comprendió que lo que estaba en juego no era la tiza para marcar la rayuela en la vereda, sino la dignidad humana que lucha contra las formas de opresión que genera el capitalismo.
Restó importancia a quienes lo increpaban por sus compromisos políticos. Jorge Luis Borges, quien fue el primero en publicar un cuento de Cortázar, “Casa tomada”, llegó a decir en una conferencia a finales de los años 60: “Desgraciadamente nunca podré tener una relación amistosa con él porque es comunista”.
La respuesta de Cortázar no tardó en llegar. “Cuando leí la noticia en los diarios, me alegré más que nunca del homenaje que le rendí en La vuelta al día en ochenta mundos. Porque yo, aunque él (Borges) esté más que ciego ante la realidad del mundo, seguiré teniendo a distancia esa relación amistosa que consuela de tantas tristezas”, escribió en carta a Roberto Fernández Retamar, el 20 de octubre de 1968.
Cortázar consideró que su posición “no sería entendida por los que cada vez pretenden más que el escritor sea como un ladrillo, con todas las aristas a la vista, el paralelepípedo macizo que sólo puede ajustarse a otro paralelepípedo. No sirvo para hacer paredes, me gusta más echarlas abajo.”
Fascinación por los juegos
El minotauro y el laberinto, en especial ese juego de hacer preguntas y no quedarse con la respuesta obvia, era el sino que lo perseguía. Su novela Rayuela, considerada en principio como antinovela, pero que luego descrubrió que se correspondía a una contranovela, arrastró a toda su obra a los lectores sin que lo encasillaran como novelista.
Al final, es Cortázar o Julio, el hermano mayor de todos los escritores contemporáneos que se consideraron sus amigos. Hay quienes se confiesan cortazarianos; algunos, cronopios; otras, magas. Su obra de alguna manera toca la fibra del lector para que se sienta cómplice de sus juegos. Es así que en cada libro hay una propuesta lúdica con el pretexto de romper con los esquemas o tan simple como hacer las instrucciones necesarias para sobrevivir.
La primera impresión que tuvo Mario Benedetti de sus cuentos fue “la difícil relación fantasía-realismo, ingrediente fundamental de su tensión interior y también de su indeclinable y sutil ejercicio del suspenso. No bien el lector se da cuenta de que este narrador no usa exclusivamente lo real ni exclusivamente lo fantástico, queda para siempre a la angustiosa espera de los dos rumbos”.
Para Cortázar, “lo fantástico es la indicación súbita de que, al margen de las leyes aristotélicas y de nuestra mente razonante, existen mecanismos perfectamente válidos, vigentes, que nuestro cerebro lógico no capta pero que en algunos momentos irrumpen y se hacen sentir”.
“Un hecho fantástico se da una vez y no se repite; habrá otro, pero el mismo no vuelve a producirse”. Aunque Cortázar se refiere a la ficción, podemos tomar apunte que también lo hace sobre la realidad y decir con un cuento suyo que es continuidad de la vida.
Escritor y periodista. Autor de los libros de cuentos El bolero se baila pegadito (1988), Todo tiene su final (1992) y de poesía Algunas cuestiones sin importancia (1994). Es coautor con Freddy Fernández del ensayo A quién le importa la opinión de un ciego (2006). Gracias, medios de comunicación (2018) fue merecedor del Premio Nacional de Periodismo en 2019. Actualmente dirige y conduce Las formas del libro.
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