Tropecé de nuevo con el mismo Fondo
Año 2001, Argentina se sumía en la peor crisis social y económica de su historia. Los planes neoliberales de ajuste habían colapsado todo lo que podían colapsar. En las calles de las principales ciudades argentinas se escuchaba un grito al unísono: ¡Que se vayan todos!
El país, gobernado por Fernando de La Rúa, de la Unión Cívica Radical, estaba en bancarrota. Había pasado la engañosa historia de que el país se encaminaba hacia el llamado «primer mundo», tal como lo había prometido Carlos Menem y la inefable eminencia gris de los planes del Fondo Monetario Internacional (FMI): Domingo Cavallo.
Eran también tiempos de las llamadas “relaciones carnales” con Washington, así lo señalaba orgulloso Menem. Las relaciones exteriores del país estaban destinadas a replicar lo que se decía en la Casa Blanca. La Casa Rosada, sede del gobierno argentino, estaba cada vez mas desteñida. Se trata de una descripción que se repite casi en copia con la actual administración de Mauricio Macri.
Habían construido junto con los gobiernos de similar orientación política y económica un Mercosur que estaba destinado a ser sólo un centro de negocios para las oligarquías locales, en definitiva se construía un modelo económico en el que sólo valían los números del llamado crecimiento económico, que muy poco tenían que ver con las reivindicaciones y derechos sociales de la población.
El antropólogo social Alejandro Grimson señala en relación a esos días que “fue una crisis que se acercó mucho a la disgregación social, a principios de 2002 los argentinos nos preguntábamos si Argentina seguía existiendo”.
El diciembre fatal
El 1 de diciembre de 2001, De La Rúa decretó la demolición planificada, anunció el llamado “corralito” que impidió a la inmensa mayoría de los ciudadanos disponer de sus recursos en las entidades financieras. Los bancos sellaban sus puertas y un rumor como de tromba marina empezaba a ocupar las avenidas de Buenos Aires, Rosario y Córdoba.
Para el día 20 de diciembre todo era un hervidero, las ciudades eran un caos. Era la furia de un pueblo a quien se le había despojado de casi todo. El gobierno de De La Rúa optó por la feroz represión, se empezaron a observar gerdarmes a caballo intentando aterrorizar a un pueblo que no mostraba miedo, había una batalla campal, las huellas eran notorias en las sedes bancarias, rotas, apedreadas, con sus muros marcado por las pintas de la rebelión.
Hubo saqueos, ira y más de 30 personas fueron asesinadas por los cuerpos de seguridad intentando lograr el silencio. El 21 de diciembre fue la huida del tirano, Fernando De La Rúa huía desde la Casa Rosada en un helicóptero, era la única forma que tenía de evadir dar la cara a las multitudes. Nadie se responsabilizaba entre la cúpula política que gobernaba hasta entonces a la Argentina.
Escapaba entre el estruendo de las balas, el olor de las bombas lacrimógenas, el relinchar de los caballos de gendarmería y ruido de los cañones de agua. Argentina se dirigía en ese contexto hacia un récord mundial: el de 5 presidentes en una semana.
El 21 de diciembre el Congreso de la Nación designó como presidente provisional al titular del senado Ramón Puerta. En menos de 48 horas, la cúpula reaccionaria que dominaba al Partido Justicialista lo sustituye a Puerta a través del propio parlamento, por Adolfo Rodríguez Zaá.
Rodríguez anuncia la suspensión del pago de la deuda externa y la entrada en circulación de una nueva moneda, “el Argentina” que sería válida en paralelo con el peso y el dólar. Le pide paciencia a un pueblo embravecido que lo sabía como parte de la élite que lo encerró en la miseria, cómplices del menemismo y justificadores de De La Rúa.
Las protestas forzaron la dimisión de Rodríguez Zaá. Puerta a quien le correspondía asumir de nuevo el interinato renunció y por tanto pasó la presidencia del país a manos de Eduardo Camaño, entonces jefe de la Cámara de Diputados. La pesadilla continúa con la designación, por aclamación de Eduardo Duhalde el 1 de enero. Fueron unas terribles navidades y quizás el mas triste fin de año de los argentinos en la era contemporánea.
El enfrentamiento de los modelos
Hasta el año 2003 se corrió la arruga de la convocatoria a nuevas elecciones presidenciales. Los principales partidos políticos estaban fragmentados, se presentaron seis candidaturas a la presidencia. Dos de ellos se notaban antagónicas en cuánto a los proyectos de país, las de Néstor Kirchner y del ex presidente Carlos Saúl Menem.
Ambos eran militantes del Partido Juticialista, una organización política que reúne frentes y tendencias de distinta motivación ideológica, unidos, al menos teóricamente, por el relato histórico de los gobiernos de Juan Domingo Perón.
Kirchner trazó su propuesta hacia el cambio, Menem en la ratificación del camino ordenado por el Fondo Monetario Internacional. Para los argentinos nada le parecía confiable, todo estaba fragmentado. En esas circunstancias ocurrió la primera vuelta electoral el 27 de abril y los resultados dibujaron un 24,45% para Menem y 22,25% para Kirchner.
Para la segunda vuelta todo cambiaría. Nadie estaba dispuesto a que regresara Menem y su modelo colapsado. Para la segunda vuelta convocada para el 18 de mayo, el candidato del neoliberalismo decidió no presentarse, sabía que su derrota resultaría aplastante.
Kirchner asumió entonces la presidencia de la Argentina y otra historia comenzó a escribirse. En la región estaba en pleno desarrollo el cambio de época. Chávez en Venezuela, Lula en Brasil, Evo en Bolivia y el Frente Amplio en el Uruguay. Mas tarde, Rafael Correa en Ecuador y Fernando Lugo en Paraguay. Suramérica era otro, las relaciones carnales habían quedado en el pasado.
Comenzó la construcción de un nuevo modelo económico y social desligado de los dictámenes del FMI y de Washington. Kirchner decidió cerrar la puerta a los programas del Fondo y junto al resto de los gobiernos progresistas de la región volcar el Mercosur hacia lo social y la verdadera integración. En 2004, Mar del Plata fue la tumba del ALCA, el proyecto definitivo de anexión económica de Latinoamérica por parte de la Casa Blanca.
Se construyeron nuevas institucione sudamericanas. En Argentina se inició la renacionalización de empresas claves para el desarrollo , se apagó el switche de la convertibilidad. Continuaron contradicciones y muchas, el gobierno de Kirchner incluía todavía corrientes diversas y anatgónicas, pero lo nacional y popular construyó un nuevo camino para un país que había quedado con pie y medio en el abismo.
El modelo del FMI
Para entender las causas del colapso argentino en el año 2001, hay recordar las claves del programa que impuso el Fondo Monetario Internacional y que no es más que su receta tradicional para todos los países que acuden a su manto.
En primer término estaba la denominada corrección del deficit fiscal, a partir de la reducción sustantiva de la inversión social y de la liberalización de los servicios básicos para la población, salud, educación, transporte, agua, electricidad, gas. La disminución del tamaño del Estado que implicaba su ausencia en la administración de recursos estratégicos para el desarrollo y el equilibrio, la llamada mano invisible del mercado se debía encargar de eso, según los fondomonetaristas.
También ocurrió una dolarización disfrazada de la economía a través de la llamada libre convertibilidad, la paridad ficticia con el dólar. Ello implicaba la pérdida de autonomía en la conducción de la política económica y la imposición de facto del dólar por encima del peso. Por tanto, al carecer la nación argentina de capacidad para la emisión de dólares, el endeudamiento se multiplicó exponencialmente, hasta que las finanzas del país no dieron para más. Sus reservas fueron atacadas y en ese momento se endureció el cobro de acreencias, no sólo por parte del FMI sino también por la banca internacional, en eso llegaron también los llamados fondos buitres.
Argentina estaba bajo un esquema de saqueo programado de sus recursos y de la fuerza de trabajo de su población. Se había transformado en un gran laboratorio en el que los intereses de los grandes poderes económicos internacionales apenas se juntaban con los de un sector de la élite económica nacional. Un país que se jactaba de niveles de industrialización, entre los mas altos de la región, se convirtió en un importador, en una sucursal de las grandes transnacionales.
La paridad cambiaria fomentó la extracción masiva de divisas. El aparato productivo quedó en tinieblas y el desempleo alcanzó el 18% de la población activa. Los índices socioeconómicos descendieron en todo sentido, todo ello bajo la promesa de acabar con la inflación, la educación y la salud dejaron de ser prioridad alguna.
Se trató de una tragedia continuada desde 1989, cuando el país comenzó a padecer por la hiperinflación y el plan “salvador” fue el de las políticas de shock.
Tropezar de nuevo
La pesadilla del FMI parecía haberse terminado con los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. El país comenzó a crecer a partir de sus fuerzas productivas y si bien, como en cualquier modelo capitalista, persistían abiertas contradicciones e inequidades, el gobierno pudo hacer correcciones en favor del bienestar de las grandes mayorías.
Se recuperaron sectores fundamentales para la economía y cesó la entrega de la riqueza nacional a través del pago masivo de la deuda externa. Pero durante el gobierno de Cristina Fernández se fue incrementando nuevamente la presión de los buitres, de los sectores agroexportadores que rumiaban la rabia de tener controles de un Estado que les imponía impuestos para invertir en lo social. Nuevamente fueron empujando el tipo de cambio hacia la devaluación, hacia lo especulativo
Los medios ayudaron a crear una sensación de severa crisis. En eso llegó el tiempo de elecciones y el millonario Mauricio Macri gana por poco margen. Se empieza a hablar de la «pesada herencia», que no es más que la justificación para que el Estado se deshiciera nuevamente de su papel rector en la economía.
El martes, el gobierno macrista decide marchar nuevamente a los brazos del FMI, todo ello luego de que durante el transcurso del año, los especuladores empujaran una marcada devaluación de la moneda y la respuesta fuese la típica del neoliberalismo, entregar los dólares de la reservas internacionales a las hienas del capital. La tasa de interés bancaria también se incrementó hasta un 40%, una de las tasas más altas del mundo, como presunto estímulo que frenara el hambre de dólares de los grandes grupos económicos.
El anuncio de Macri no los calmó, el dólar continúa su carrera al alza. El riesgo país se incrementó en pocas horas en 500 puntos. Las calificadoras no son amigas de nadie, así como se fabricaron tenebrosas para desestabilizar a Cristina, hoy lo hacen para justificar el saqueo de las reservas argentinas. No les importa, como en el caso venezolano, que se pague puntualmente las obligaciones crediticias. Les importa poner a ganar a los suyos.
Argentina ha perdido 8 mil millones de dólares en reservas internacionales desde que comenzó 2018 y el desangre continúa. El desequilibrio es marcado y el retorno del Fondo presagia lo peor. La crisis la pagarán los más pobres, como siempre.
Periodista y analista internacional. Trabajó en La Radio del Sur, Venezolana de Televisión, Radio Nacional de Venezuela y actualmente es parte del equipo editorial del Correo del Orinoco.