La lucha de Máximo Gorki
Máximo Gorki nació a la edad de 24 años, cuando fue detenido con sus escritos. La policía zarista buscaba a unos estudiantes revolucionarios en el departamento en donde se alojaba, pero al no conseguirlos lo detuvieron a él para interrogarlo.
“¿Qué clase de extraño revolucionario eres tú?”, le dijo el comisario en el interrogatorio. “Escribes poemas y cosas así… Cuando te suelte tienes que ir a enseñarle esas cosas a Vladímir Korolenko”.
Una vez que quedó en libertad, al mes, llevó sus textos al escritor ruso, que lo atendió con amabilidad, pero su crítica fue tan severa que Gorki dejó de escribir. Empezó a trabajar como estibador. Quien lo sacó del silencio literario fue un compañero revolucionario, Alexánder Kaliuzhni. Mientras se encontraban en Tiflis escuchó los relatos de su vida y le dijo que debía escribir eso que había escuchado, pero con palabras sencillas. Una vez escrito el relato, Kaliuzhni lo llevó al periódico local. A partir de ahí comenzó a firmar como “Máximo Gorki”. El nombre fue elegido en honor al padre del autor, que murió cuando él tenía cuatros años; el apellido significa “amargo”, en ruso. Alekséi Maksímovich Peshkov era su nombre de pila.
Nació en Nizhny Novgorod el 28 de marzo de 1868. Vivió buena parte de su infancia con sus abuelos maternos, tras la desaparición física de su padre. Cuando tenía once años quedó huérfano de su madre. A los meses del entierro su abuelo le dijo: “Ahora, Lexei, no eres una medalla que yo me pueda colgar al cuello… Ya no tengo sitio para ti… Sal al mundo”. Y salió.
Convivió con vagabundos durante años, sin domicilio fijo; tampoco trabajo formal. Realizó diversos oficios y leía todo lo que caía en sus manos. Se relacionaba con grupos de revolucionarios. A los diecinueve años intentó quitarse la vida. Se pegó un tiro que afectó su pulmón de por vida. En un bolsillo encontraron el motivo del incidente, que comenzaba así: “Culpo de mi muerte al poeta alemán Heine, que inventó el dolor de muelas del corazón…”.
La lucha es la vida
Sus escritos iniciales eran sobre vagabundos y proletarios. Comenzó a trabajar para periódicos. A finales del siglo XIX entabló amistad con el escritor Anton Chéjov, con quien sostuvo correspondencia hasta meses antes de la muerte del autor de Tío Vania, en 1904. Al principio, las cartas se referían a sus pareceres literarios. Chéjov le escribió: “Un consejo: al corregir las pruebas tache muchos de los sustantivos y adjetivos. Usa tantos sustantivos y adjetivos que la mente del lector es incapaz de concentrarse y se cansa pronto” (septiembre de 1899).
Sin embargo, Gorki no dejó de contarle las atrocidades del régimen zarista y le escribió sobre una matanza que perpetró la guardia cosaca: “Hay casi 70 estudiantes famélicos, apaleados. Se lo suplico, Anton Pavlovich, reúna dinero (…), ya no quedan aquí recursos (…) ¡En vida olvidaré esta batalla! (…) Victoria o muerte, ¡qué más da! Lo que cuenta es la lucha, ya que la lucha es la vida!” (marzo de 1901).
Chéjov mantuvo sus cartas con el mismo tenor: la literatura. Se mantenía distante del acontecer político, pero cuando el Zar Nicolás II rechazó el nombramiento de Gorki para ingresar a la Academia, en 1902, renunció a esta, y también lo acompañó Korolenko.
La revolución de las tablas
En los albores del siglo XX, cuando ya Gorki era respetado como cuentista, Constantino Stanislavski se enteró de que estaba escribiendo dos piezas teatrales. Una, sobre mendigos y vagabundos, que le había hablado cuando compartieron una estadía en Crimea. La otra llevaba por título “Los pequeños burgueses” (1901). Al actor y director de teatro le interesaba la primera para estrenar el nuevo Teatro de Arte de Moscú, pero Gorki le explicó:
“¿Comprenden ustedes mi situación? Todos esos hombres míos me tienen rodeado, se empujan unos a otros, tropiezan, y yo no puedo obligarlos a que se sienten en su sitio y hagan las paces. ¡Es verdad! Todos ellos hablan, no paran de hablar, y hablan bien, me da lástima interrumpirlos, se lo juro por Dios. ¡Palabra de honor!”.
Gorki concluyó primero Los pequeños burgueses. La obra fue revisada por los censores, que no se animaron a descartar su puesta en escena. Sólo le hicieron algunos cambios, pero durante el ensayo general en San Petersburgo el teatro estuvo rodeado de policías, dentro y fuera, y la “plaza situada frente al teatro estaba patrullada por gendarmes a caballo. Parecía que se hacían preparativos para una batalla campal y no para un ensayo general de teatro”. Sin embargo, no tuvo la repercusión que se esperaba. Los espectadores no entendieron el mensaje social.
Inmediatamente después el Teatro de Arte de Moscú estrenó Los bajos fondos. Era la obra de Gorki que esperaba Stanislavski, porque “la vida de los mendigos y vagabundos aún no había sido mostrada en el escenario ruso”, aunque había “llamado poderosamente la atención de la sociedad, como todo lo que venía de los bajos fondos”.
El director de teatro entendía que se enfrentaba a la “interpretación y el montaje de la obra en una versión nueva, con una redacción muy profunda (…), un tono nuevo y una manera nueva de representar, una nueva vida, un romanticismo insólito; un énfasis que, por un lado, limitaba con la teatralidad, y, por otro, con los sermones (…). Las palabras de Gorki hay que pronunciarlas de modo que cada frase tenga sonido y vida. Sus monólogos aleccionadores y sermonarios, aunque sea el que se refiere al ‘Hombre’, tienen que ser pronunciados con sencillez, con una elevación natural interior, sin falsa teatralidad ni grandilocuencia; pues, en caso contrario, se corre el riesgo de transformar una obra seria en un vulgar melodrama”.
Para conseguir el estilo del vagabundo fueron en su búsqueda director, escenógrafo y actores a los suburbios. En cierta ocasión llegaron a un asilo y cuando explicaron el objeto de su visita, “que consistía en estudiar la vida de los ‘exhombres’ para la obra de Gorki, los vagabundos se sintieron halagados y emocionados hasta llorar”.
Los bajos fondos pasó a ser parte de la programación estable de la cartelera del Teatro de Arte de Moscú junto a obras de Anton Chéjov y de León Tolstoi.
El escritor estadounidense Vladimir Nobokov, a quien le disgustaban tanto la obra de Gorki como su posición política, planteó en su curso de literatura que en “sus escritos pregonaba con ferocidad la amarga realidad de la vida en la Rusia contemporánea. Y, sin embargo, en cada línea latía una fe invencible en el hombre. Por extraño que parezca, este pintor de los lados más negros de la vida, de las brutalidades más crueles, era también el mayor optimista que había producido la literatura rusa”.
La revelación como escritor fue con el relato breve “Makar Chudra”, en 1892. Stanislavski no dudó en reconocer que Gorki es el iniciador y creador principal de la línea político-social del teatro ruso con las obras Los pequeños burgueses y Los bajos fondos. La autobiografía –Días de infancia (1913), Entre los hombres (1915-16) y Mis universidades (1923)– es considerada su obra capital y El negocio de los Artamonov (1925) su mejor novela. Sin embargo, el título más importante, que ha logrado millones de lectores a lo largo del tiempo, es La madre (1907).
Un ruso en Estados Unidos
Gorki es espiado, perseguido y detenido por su participación activa en la Revolución Rusa al lado de los bolcheviques. Contó con el respaldo de León Tolstoi para su liberación e hicieron campaña fuera de Rusia Anatole France, Marie Curie y Auguste Rodin, entre otros. Es “uno de los primeros escritores de Europa, cuya única arma es la libertad de expresión, es desterrado sin proceso por el gobierno autocrático”, escribió Vladimir I. Lenin.
Con el objeto de conseguir fondos para la revolución, Lenin organiza que viaje a Estados Unidos en 1906. Mark Twain respalda el objetivo presentado por Gorki: “Si podemos hacer algo para ayudar a crear una república rusa, hagámoslo”. Después lo dejaría solo, como buena parte de los que lo recibieron, a causa de una información moralista presentada por el periódico sensacionalista The World, propiedad de Joseph Pulitzer: “Gorki trae a una actriz como si fuera madame Gorki”. Lo cierto es que quien la acompañaba, Maria Fiodorovna Andreieva, era su compañera de vida desde 1903 y lo fue hasta 1921. Cuando viajaron a Estados Unidos aún no se había separado legalmente de su primera esposa, Ekaterina Pavlovna, porque el gobierno zarista se lo impedía. La policía rusa fue la encargada de enviar la información a los periódicos para minar la credibilidad de Gorki.
Al no lograr recaudar fondos, comienza a escribir La madre, una novela que se desarrolla en la revolución abortada de 1905. Fue escrita durante su estadía en la isla de Capri, Italia, donde vivió hasta 1913. “Este libro llega justo a tiempo”, dijo Lenin. Su protagonista es una anciana que pasa de su posición de resignación a participar activamente en favor de la revolución.
Gorki trabajó en la creación de periódicos y revistas. Entabló una fuerte amistad con Lenin, con quien se carteaba y discutía sobre literatura, religión y política, sin cortapisas: “Decir que la edificación de la divinidad es el proceso del desenvolvimiento ulterior y de la acumulación de los gérmenes sociales en el individuo y en la sociedad es sencillamente horrible. Si en Rusia hubiera libertad toda la burguesía le levantaría un pedestal por estas cosas, por esta sociología y esta teología de un tipo y de un carácter puramente burgués. Vamos, esto basta por el momento, mi carta es ya demasiado larga. Una vez más le estrecho la mano y le deseo mucha salud. Suyo, V. Ulianov”.
El Estado y el escritor
Cuando los bolcheviques tomaron “el cielo por asalto”, Gorki estaba en la acera de enfrente criticando desde su periódico Novaia Zhizn (Vida Nueva) toda discusión o acción de quienes estaban creando un Estado socialista, el primero en la historia. José Carlos Mariátegui lo resume así: “La raíz de su resistencia era más recóndita, más íntima, más espiritual. Era un estado de ánimo, un estado de erección contrarrevolucionaria común a la mayoría de los intelectuales. La revolución los trataba y vigilaba como a enemigos latentes. Y ellos se malhumoraban de que la revolución, tan bulliciosa, tan torrentosa, tan explosiva, turbase descortésmente sus sueños, sus investigaciones y su discursos”.
Cansado de tener una posición crítica estéril, decide participar en la revolución y, después de visitar a Lenin, tras el atentado que sufriera el líder bolchevique, se incorpora a trabajar con Anatoly Lunacharsky en el Ministerio de Educación. Intercedió por escritores que conspiraban contra la revolución, ante lo cual Lenin le escribió una carta (1919) en la que le recordaba lo que le dijo en su exilio en Capri: “Te rodeas por los peores elementos de la intelectualidad burguesa, y cedes a sus gemidos. Oyes y oyes el lamento de centenares de intelectuales sobre su ‘terrible’ encarcelamiento de varias semanas, pero no escuchas las voces de las masas, de millones de trabajadores y campesinos, amenazados (…) morirás si no rompes esta situación con la intelectualidad burguesa. Con todo mi corazón deseo que usted rompa cuanto antes. Atentamente. Suyo, Lenin”.
El líder de la revolución bolchevique coloca un asterisco en la palabra “morirás”, y a pie de página le recuerda: “¡Pero usted no está escribiendo! Para desperdiciar en los gemidos de intelectuales en decadencia y no escribir, ¿no es eso la muerte para un artista, no es una vergüenza?”.
Juicios sobre su postura
Sobre la posición política de Gorki durante la revolución bolchevique se han tejido muchas historias. H. G. Wells estuvo en la Unión Soviética entre septiembre y octubre de 1920 para contrastar la Rusia zarista que conoció en 1914 con la construcción del socialismo, que plasmó en Rusia en las sombras (1921), y le preocupó la descripción que hizo Bertrand Russell sobre la salud de Gorki. Sin artificios, fue al grano: “Gorki me parece tan fuerte y está tan bien como cuando lo conocí en 1906 (en Estados Unidos). Y como personalidad ha crecido inmensamente. Russell escribió que Gorki se está muriendo y que tal vez la cultura en Rusia también está muriendo. Creo que Russell fue traicionado por la tentación artística (…). Encontró a Gorki en la cama, afligido por un ataque de tos, y su imaginación lo aprovechó al máximo. La posición de Gorki en Rusia es extraordinaria”.
Para recuperarse de la tuberculosis que lo aquejaba, Lenin apoya que Gorki se traslade a tierras con mejores climas, principalmente a Sorrento, Italia, en donde vivió buena parte desde 1921 hasta 1928, cuando José Stalin le pide que retorne.
Mariátegui indagó sobre sus relaciones con el bolchevismo en la época cuando el escritor ruso escribía el tercer tomo de su autobiografía: “Algunos periódicos pretendían que Gorki andaba divorciado de sus líderes. Gorki me desmintió esta noticia. Tenía la intención de volver pronto a Rusia. Sus relaciones con los Soviets eran buenas, eran normales”.
Poco a poco se fue desprendiendo de los “gemidos” burgueses que tanto le criticaba Lenin. Se negó a participar en el órgano literario de la Unión Internacional de Escritores Demócratas porque en ella figuraba Albert Einstein, y en el comité el escritor Heinrich Mann. “Estos dos últimos, como muchos otros humanistas, firmaron recientemente una queja en la Liga de Defensa de los Derechos Humanos contra la ejecución de 48 criminales, organizadores de la escasez alimentaria en la Unión Soviética”, contestó Gorki a M. Lucien Quinet.
En 1934 organizó y presidió el primer Congreso de Escritores Soviéticos, en donde se discutió y aprobó su tesis del “realismo socialista”. Se mantendría como presidente de la Unión de Escritores hasta su fallecimiento, el 18 de junio de 1936, en Moscú. En la Unión Soviética hubo duelo nacional y el acto fúnebre estuvo encabezado por Stalin.
“Millones de trabajadores lloran a Gorki”, publicó el periódico francés L’Humanité. Sus restos fueron sepultados en la muralla de la plaza Roja junto a los de Sergei Kirov, John Reed, Yákov Sverdlorv y Félix Dzerzhinski. Su ciudad natal, Nizhni Nóvgorod, se llamó Gorki desde 1932 hasta 1991.
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— Visconversa (@visconversa) February 6, 2018
Escritor y periodista. Autor de los libros de cuentos El bolero se baila pegadito (1988), Todo tiene su final (1992) y de poesía Algunas cuestiones sin importancia (1994). Es coautor con Freddy Fernández del ensayo A quién le importa la opinión de un ciego (2006). Gracias, medios de comunicación (2018) fue merecedor del Premio Nacional de Periodismo en 2019. Actualmente dirige y conduce Las formas del libro.