Cobardes e indecentes

Decía José Martí que quienes no tienen el valor de luchar, deberían tener al menos la decencia de callarse. Pero los intelectuales y artistas al uso, los que han conseguido un lugar al sol vendiéndose al mejor postor (que es el poder), no pueden callar, y no solo por vanidad, no solo por el exhibicionismo infantiloide del que no se libran siquiera los más lúcidos del gremio, sino también, y sobre todo, para permanecer visibles en el voluble mercado de la cultura.

Es extremadamente grave que los intelectuales no alcen la voz contra los intolerables atropellos policiales y jurídicos de que han sido objeto el pueblo catalán y sus instituciones; pero lo peor es que muchos no se limitan a callar, sino que, azuzados por sus padrinos políticos y económicos, se manifiestan directa o indirectamente a favor de los verdugos.

En este sentido, la última gala de los Goya ha sido especialmente significativa, y más aún si la comparamos con la de 2003 y su masivo “No a la guerra”. Pero no por el contraste entre el silencio cómplice de 2018 y la aparente rebeldía de 2003, sino porque la rebeldía de entonces y el silencio de ahora responden a los mismos intereses. Y el complemento de la falsa rebeldía y del silencio cómplice fue y sigue siendo el refuerzo activo del discurso del poder.

En 2003, el PSOE y sus aliados mediático-culturales estaban interesados en promover el “No a la guerra” para debilitar al PP, pero sin cruzar ninguna línea roja; eso explica que facilitaran la protesta de los Goya para, poco después, criminalizar a sus “cabecillas” (como Willy Toledo o yo mismo, que fui acusado de seguir consignas de ETA por un conocido actor y un famoso cantautor supuestamente de izquierdas). En 2018, el PP y el PSOE están de acuerdo en impedir a cualquier precio que el pueblo catalán ejerza su derecho de autodeterminación, y los intelectuales y artistas al uso no solo callan ante la brutalidad policial y los abusos del poder, sino que hacen declaraciones y firman manifiestos que criminalizan a las víctimas.

La gala de los Goya no es una fiesta de la cultura, sino una elitista feria de las vanidades, el cutre remedo carpetovetónico de la gran farsa de los Oscar, el quiero-y-no-puedo del degradado cine español. No es casual que algunas de sus “estrellas” hayan firmado el infame manifiesto “1-O, estafa antidemocrática”, sobre el que en su día escribí:

“Entre los firmantes del manifiesto abundan quienes se han ocupado mucho más de afianzar sus privilegios personales que de los asuntos públicos, y que se atreven a hablar de estafa antidemocrática cuando, con tal de obtener fama y prebendas, no han vacilado en participar en estafas e indignidades tales como ganar premios amañados, escribir artículos al dictado de sus amos o bajarse los pantalones (reales y/o metafóricos) para obtener un papel (o muchos papelitos de colores). Conozco de primera mano las bajezas e imposturas de no pocas/os de las/os firmantes del manifiesto, que darían para escribir un libro (y tal vez lo escriba).

Es curioso que los intelectuales españoles, tan individualistas ellos y ellas, tan suyos y suyas (y de sus patrocinadores/patronos/padrinos), solo se junten y revuelvan en apretado rebaño para pedir que haya democracia en Cuba o en Catalunya. ¿Cuándo se juntarán para pedir que haya democracia en eso que algunos llaman España?”.

Que gobernantes y magistrados sean políticamente cobardes y judicialmente indecentes, no puede sorprendernos, viniendo de donde vienen; pero que también lo sean quienes han hecho de la cultura y la comunicación su oficio, es la peor de las noticias, el más claro signo de la miseria moral de un país.

 

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Carlo Frabetti

Escritor. Prologó la selección que publicó la editorial Bruguera de los relatos de la revista estadounidense The Magazine of Fantasy and Science Fiction. Es autor de El libro inferno (2002), Los jardines cifrados (1998) y El gran juego (1998), con el que obtuvo el Premio Jaén de Literatura Infantil.

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