Rap de los raperos
Carta abierta a Valtonyc y Pablo Hasel
Queridos colegas:
Yo no soy rapero (qué más quisiera), pero intento, como vosotros, utilizar las armas de la cultura contra el crimen organizado, es decir, contra los poderes establecidos, y por eso me permito llamaros colegas (un término que cada vez puedo usar menos, pues mis colegas de antaño –escritores, periodistas, artistas plásticos, dramaturgos– han desertado casi todos, cuando no se han pasado al enemigo).
Llevo años quejándome de la inexistencia de un referente cultural de izquierdas (RCI) digno de ese nombre (es decir, anticapitalista, o “antisistema”, para usar un apelativo del poder con el que involuntariamente nos honra); pero ante casos como el vuestro siento renacer en mí un moderado optimismo: no es que el RCI ya no exista, sino que el relevo generacional se está produciendo con lentitud y de forma semiclandestina. Pero el nuevo, novísimo RCI está ganado fuerza y visibilidad, y la mejor prueba de ello es la rabia vengativa de los canallas que mandan y los cobardes que obedecen.
La “canción protesta” del siglo pasado ya es historia (con honrosas pero escasísimas excepciones); Sabina murió al separarse de Krahe y Serrat nació muerto; pero ahora os tenemos a vosotros, los raperos insobornables, el nuevo mester de juglaría, y hemos salido ganando con el cambio. Genovés y el Equipo Crónica han acabado en las galerías de los mercaderes; pero tenemos a los grafiteros y las grafiteras, a las y los artistas del cómic subversivo. El degradado cine español pasea su mediocridad y su impostura por la alfombra roja de los Goya; pero la red está poblada de vigorosos vídeos independientes. Los escritores “de izquierdas” ganan premios amañados y escriben al dictado de sus amos; pero jóvenes poetas y narradoras/es se cuelan por las grietas de la literatura oficial y las agrandan al crecer…
Hace unos días oí a Cristina Fallarás, una de las pocas escritoras/periodistas que no se dejan comprar ni amordazar, repetir en una entrevista que le hicieron en TV3, a modo de autoinculpación, “Los Borbones son unos ladrones”. Siguiendo su ejemplo y como pequeño homenaje a vuestro valor (en ambos sentidos del término), me permito dedicaros un improvisado “rap de los raperos” con resonancias de cuento de hadas (puesto que lo que estamos viviendo es más propio de la Edad Media que del siglo XXI):
Rap de los raperos
Había una vez, en un país lejano,
un presidente chungo, se llamaba Mariano,
y un rey degenerado que mataba elefantes,
y unos cuantos ministros que eran unos mangantes,
y una de las ministras era miss Albacete,
y todos le decían. “Dolores, caga y vete”,
y ella sí, la cagaba, pero no, no se iba,
y había otro ministro que te cobraba el IVA
por cantar y reír y por hacer cultura,
porque su democracia era una dictadura,
y había unos matones con porras en las manos
que molían a palos a sus propios hermanos
y sacaban los ojos con pelotas de goma,
y el presidente chungo se lo tomaba a broma.
Y hartos de tanta mierda, dos raperos valientes
cantaban las verdades, movían a las gentes,
hasta que unos juheces con hache intercalada
porque olían a heces, soltaron la manada
de cobardes matones lacayos del Gobierno
más corrupto del mundo, los perros del infierno,
y llevaron al trullo a los dignos raperos,
los llevaron al trullo solo por ser sinceros.
Hagamos que la lucha de raperos honrados
no caiga en saco roto, que no sean olvidados;
pidamos, exijamos su puesta en libertad,
que a nadie se persiga por decir la verdad.
Todos somos raperos, todas somos raperas,
gritemos, proclamemos las cosas verdaderas.
Que nadie se acobarde y que nadie se calle,
gritémoslo bien fuerte, gritémoslo en la calle:
¡Ministros y jueces, presidentes y reyes
engañan a la gente, manipulan las leyes!
• Lea también:
La palabra “intelectual”, por @CarloFrabetti https://t.co/Y3rKAwH0XH pic.twitter.com/KoInu9CzB7
— Visconversa (@visconversa) January 29, 2018
Escritor. Prologó la selección que publicó la editorial Bruguera de los relatos de la revista estadounidense The Magazine of Fantasy and Science Fiction. Es autor de El libro inferno (2002), Los jardines cifrados (1998) y El gran juego (1998), con el que obtuvo el Premio Jaén de Literatura Infantil.