Con El Caracazo se acabó el país de mentira
Entrevista con Earle Herrera, periodista, escritor y diputado constituyente, en donde sostiene que las empresas privadas de comunicación que le dieron cobertura a la revuelta de 1989, entendieron que fue un estallido social que se entroncó con el 4F, y por eso ahora quieren invisibilizarlo.
Habían transcurrido 25 días de la “coronación” de Carlos Andrés Pérez –como fue bautizado el acto de investidura del Presidente de la República– cuando el pueblo decidió hacer su propia fiesta. El 27 de febrero de 1989 también tuvo su nombre: “El Sacudón”, mejor conocido como “El Caracazo”, con saldos lamentables de muerte, que las cifras oficiales redujeron a 300, aunque miles de personas resultaron desaparecidas.
A Earle Herrera el 27-F lo agarró “en el lugar de los acontecimientos, como decimos ahora, en la avenida San Martín de Caracas”, relata el cronista, quien para ese momento era profesor de la cátedra de Periodismo en la Universidad Central de Venezuela (UCV). “Vivía frente al Guarataro, en la esquina Palo Grande. Allí está una iglesia muy bonita, una iglesia gótica, y cuando empezaron los disturbios, yo vivía en un piso 13. Desde allí me tocó ver durante todos esos días cómo se desarrollaron las cosas”.
Autor de libros de poesía y cuentos, de periodismo, ensayo e investigación, el 27 de febrero tomó por asalto sus crónicas, que luego se vieron reunidas en A 19 pulgadas de la eternidad (1993). Sin embargo, el tema persistió y luego de más de dos décadas de aquellos sucesos el escritor dedica la obra Ficción y realidad del Caracazo “a las víctimas del 27-F de 1989, niños, mujeres y hombres del pueblo venezolano que cayeron bajo el fuego de un sistema represor y excluyente”.
Rafael Caldera (Copei), con su discurso de la “vitrina rota” de la democracia, y Gonzalo Barrios (AD), con “Venezuela sintió el beso mortal del FMI”, marcaban la agenda de discusión política. “Andábamos pendientes de lo que ellos decían”, recuerda Herrera sobre el comportamiento de los medios de comunicación. La “paz social” de la que tanto se hablaba había perdido la calma y la violencia llegó a su punto de ebullición.
La sorpresa de la violencia
–¿Por qué existe la percepción de que vivíamos en una Venezuela pacífica cuando hemos tenido una historia de violencia?
–El venezolano realmente es una persona hospitalaria, amante de la paz, pero nuestra historia está signada por la violencia. Y me baso en el libro de Orlando Araujo, que se llama precisamente Venezuela violenta, en el que nos hace un paseo desde la Conquista –que fue un hecho sangriento– hasta más allá de la Guerra de la Independencia, la Guerra Federal, y muestra que desde entonces el país no ha tenido tiempo de paz, como demostró la década violenta de los años 60 del siglo XX. Siempre ha habido una violencia social, una violencia de explotación, de mucha pobreza en un país que tuvo la bendición (para algunos la maldición) de la riqueza petrolera. Sin embargo, esa riqueza no llegaba al pueblo, a los grandes sectores sociales y, por lo tanto, más allá del venezolano como tal, de su amor por la paz, de su generosidad, de su hospitalidad, había una carga de violencia social que se incubaba como en una especie de olla de presión.
La agudeza de Orlando Araujo, revela Herrera, le permitió prever el estallido que sacudió los cimientos del régimen que fue la vergüenza de la clase política dominante y de la dirigencia empresarial.
–Me sorprendo cuando leo en Venezuela violenta –que aparece a finales de los años 60– que la explotación, la luchas obreras, las injusticias, anunciaban que de las grandes ciudades bajarían las grandes masas populares y que desatarían una violencia que nosotros no conocíamos. Y resultó profético, aunque se trató de la visión de un investigador social. Esa es la realidad que nos marcó a nosotros como país, como pueblo.
–Sin embargo, El Caracazo sorprendió a los grupos políticos.
–Lo podemos definir con la sabiduría de Luis Herrera Campins: “El que va a caer, no ve el hoyo”. Los grandes grupos dominantes, desde la burguesía, la aristocracia rusa, hasta los grandes partidos de América Latina, como el PRI (Partido Revolucionario Institucional, México) y Acción Democrática (AD), llegan a un momento en que el mundo que ven es el que ellos mismos se construyen y no ven el hoyo, “no oyen crecer la hierba”, como diría, otra vez, Herrera Campins. AD y Copei, esos partidos que habían gobernado el país, pensaban que todo era un acto de paz, un lecho de rosas, y no sentían lo que bullía. Y es extraño, porque había muchos signos: en las protestas sociales, luchas sindicales, luchas estudiantiles, pero ellos todo lo resolvían con la represión. Durante los gobiernos de Raúl Leoni, de Rafael Caldera (el primer Caldera, 1969-1974), de Carlos Andrés Pérez, lo resolvían todo con la violencia, hasta que la violencia los sobrepasó a ellos.
La historia en los medios
–Los medios de comunicación reflejaron esa historia. ¿Por qué se empeñan en ocultarla ahora?
–Los medios, ciertamente, la reflejaron el 27-F e incluso, como diríamos hoy, en “tiempo real”, desde que empiezan las protestas en Guarenas y Guatire, cuando llegan al Nuevo Circo y luego se extienden como una chispa por las principales ciudades del país. Posteriormente, los medios y las clases dirigentes se dan cuenta de la dimensión de las protestas y tratan de eclipsarlas. Por eso Carlos Andrés suspende las garantías, impone el toque de queda y coloca censores en los periódicos para ver qué salía y qué no salía, para tratar de tapar lo que realmente era una explosión social que no se podía ocultar de ninguna manera. Después, con los años, esos mismos medios que en aquel momento informaron y le dieron cobertura a esos hechos, quieren negarlos, temen que eso se repita. Ellos entienden que ese proceso que estalló el 27 de febrero de 1989 después tuvo expresiones en el mundo militar con las rebeliones que se dieron en 1992 y se entronca en un proceso que es la Revolución Bolivariana, que ellos quieren negar y truncar. Por eso niegan ahora la fecha y el recordatorio de que aquellos acontecimientos marcaron el final del siglo XX de nuestro país.
–¿Se mantiene la tesis de Eliseo Verón de que “los medios informativos son el lugar en donde las sociedades industriales producen nuestras realidades”?
–El asunto es que había una ficción de país y ese país, por supuesto, no veía la realidad. Ahora, los medios crearon eso que señala Verón. Y además produjeron una realidad virtual, que la clase política llamó la “Gran Venezuela” (Carlos Andrés Pérez I, 1974-1979). Pero la “Gran Venezuela” tenía 80% de pobreza, de exclusión. Estaba cerrada a la participación popular, los jóvenes ni ingresaban a la universidad ni ingresaban al mercado de trabajo y, por lo tanto, la pobreza era como una especie que lo que hacía era retroalimentarse. Al mismo tiempo, había otra Venezuela que vivía en ese puente aéreo Caracas-Miami, y no era solamente Caracas-Miami, sino Caracas-París-Madrid.
En ese contexto, continúa Herrera, “se fue incubando, no el resentimiento como dice la clase poderosa, sino las contradicciones en la gran población del país, a la que una parte minoritaria había dejado sin país, en el sentido pleno de la palabra, excluida de todo lo que significa disfrutar de sus riquezas, de sus oportunidades y sus posibilidades”.
–Los medios crearon ese mundo –resume el conductor de “El Kiosco Veraz”– y entre los estudiosos que analizan la actuación del 27 de febrero, muchos hablan de la ostentación de unos pocos, de la boda del siglo de esos días, porque se hacían bodas en Venezuela y traían a los invitados del exterior, les mandaban aviones fletados, traían el agua de Escocia; pero, además de eso, los medios publicitaban todo aquello y eso realmente era chocarle permanentemente al país que no tenía nada. Por eso es que esa clase media alta y el nuevorriquismo se sienten sorprendidos. Muchos decían: “Este no es mi país”, y al igual que hicieron los mantuanos durante la Colonia, se vuelve a pronunciar con rabia la palabra “chusma”, que luego se volvería a pronunciar cuando Chávez llega al poder.
Paradas del autobús del pueblo
–¿Hay algún paralelismo entre ese pueblo que bajó de los cerros en febrero de 1989 y el rescate del presidente Chávez el 13 de abril de 2002?
–Ese es el mismo pueblo. Si nosotros vemos las imágenes, y las imágenes existen, ese pueblo es el mismo que salió el 27 de febrero, que tomó las calles, en donde no había organización ni dirigencia política que la condujera, como lo digo en alguna parte del libro Ficción y realidad del Caracazo, el autobús de la revolución pasó por la parada y la izquierda no estaba allí: nuestra izquierda siempre llega tarde. Entonces, era ese pueblo el que nosotros vimos en la calle protestando en 1989, porque mucha gente no salió, como lo insinuaron algunos, para llevarse un televisor de 21 pulgadas. No, en muchos casos no se llevaban nada y sin embargo, morían en las calles; esa gente se dirigió a Fedecámaras y al Congreso Nacional. Los senadores y diputados le quitaron las placas a sus carros para que no los identificaran como “representantes del pueblo”.
La determinación de la gente de avanzar hacia las sedes de los centros del poder establecido y la reacción de los políticos que trataron de mimetizarse con el pueblo “revela qué era lo que estaba pasando allí”.
–Centenares de motorizados se presentaron en la sede de Fedecámaras y empezaron a darle vueltas –recuerda mientras hace de un gesto de giro con su mano derecha–. Ese mismo pueblo es el que viste apostado en Miraflores, en la calle, el 11 de abril de 2002 y otra vez Fedecámaras era protagonista de los hechos, que no solamente estaba en su sede, estaba en Miraflores; había asaltado el Palacio. Y la respuesta que aquel pueblo olvidado dio el 27 de febrero, la volvió a dar cuando vio a Fedecámaras dentro del Palacio de Miraflores.
–Esos medios que reflejaron el 27 de febrero de 1989, ¿hicieron lo propio el 11, 12 y 13 de abril de 2002?
–Los medios aprendieron la lección. Ellos empezaron a darle cobertura a los acontecimientos del 27 de febrero hasta que se dieron cuenta de que era una rebelión popular. Cuando se dieron cuenta de eso, dejaron de hacerlo, pero la clase política también se lo impuso. Cuando se iniciaron los disturbios en Guatire, el presidente Pérez los dejó correr. Cuando quiso controlarlos, le fue imposible. Es entonces cuando manda al Ejército a sustituir a la policía y se da la matazón, que algunos calculan en unos mil muertos y las cifras oficiales ubican en 300, pero en esas estadísticas macabras no importa el número, fue terrible de todas maneras, porque fueron centenares de personas que murieron y miles de desaparecidos. Pero ahora los medios que representan ese poder económico, y Fedecámaras, cuando ocurrieron el golpe del 11 de abril de 2002 y la respuesta popular del 13, ya tenían la experiencia del 27-F. Por eso trataron de silenciar todo lo que estaba ocurriendo e intentaron desconectar todos los mecanismos de información popular. Lo que pasa es que el pueblo se inventó su forma de comunicarse y la realidad que los medios trataron de imponer no les fue posible.
Lecciones de las rebeliones
–Rafael Caldera hizo dos intervenciones históricas en el Congreso Nacional, después del 27 de febrero de 1989 y luego del 4 de febrero de 1992. ¿Por qué se recuerda más su discurso del último acontecimiento?
–Porque el 27 de febrero nunca se asumió como un movimiento para tomar el poder. A pesar de que el pueblo estaba en la calle y había una explosión popular, ellos lo veían como una situación de anarquía, sin dirección. Y Caldera siempre ha tenido olfato político para saber –voy a decir un lugar común– hacia dónde “soplan los vientos de la historia”, con el fin de aprovechar esos vientos, pero para revertirlos. Él fue el que dijo que Venezuela era la “vitrina de la democracia” de América Latina y que esa vitrina la rompieron a pedradas. Él utilizó una frase en inglés: show window. Pero en ese momento, ellos no vieron esa explosión popular como un movimiento que pudiera poner en peligro el poder de la clase dominante. El 4 de febrero de 1992, Caldera sí percibió eso, porque fue un alzamiento, con una dirección, con unos objetivos, que buscaba desplazar el viejo poder, del que él formaba parte y del que marcó distancia en ese momento con mucha habilidad. Eso lo lleva a la Presidencia de la República por segunda vez, cuando casi ya le habían dado la extremaunción política. Pero él interpretó lo que estaba pasando y lo aprovecha en forma oportunista, sólo con el fin de tratar de salvar el sistema. Caldera lo que hizo fue prolongar su agonía hasta que llegó aquella imagen histórica y memorable en la que él tiene que tomar el juramento a Chávez en el Congreso Nacional, como Presidente Constitucional, y Chávez habla de una “Constitución moribunda”.
–¿Qué papel cumplía el Congreso en aquella época?
–El Congreso que regresa a la vida con la caída de Marcos Pérez Jiménez en el año 1958, lo definían como la “representación popular”: los diputados y los senadores. Sólo que a lo largo de más de tres décadas, esos diputados y senadores se divorciaron del pueblo, y ese pueblo del 27-F terminó ubicándolos a ellos, a ese Congreso, como la encarnación de la clase política que gobernaba de espaldas al país. Por eso fue que senadores y diputados trataron de mimetizarse y esconderse durante El Caracazo. La “democracia representativa” ya no era “representativa”, no representaban a nadie. Y el pueblo los veía como responsables de lo que estaba ocurriendo, porque en ese Parlamento estaba la representación de todos los partidos políticos y contra todos esos partidos políticos de la Cuarta República insurge el pueblo el 27 de febrero.
–¿Qué lecciones aprendieron los políticos que en 1999 se opusieron a la nueva Carta Magna y ahora la defienden y piden que se cumpla?
–Yo no sé si han aprendido algo. Lo cierto es que la Constitución de 1999 significa un cambio en el marco jurídico: de un modelo político de “democracia representativa” pasa a la “democracia participativa y protagónica”, que está en manos del pueblo, que le da incluso a ese pueblo los mecanismos para quitar al Presidente de la República, como lo intentaron ellos. Insurgieron contra esa Constitución, la eliminaron durante las 48 horas que estuvieron en el poder en 2002, hecho que luego fue revertido con el pueblo y la Fuerza Armada en la calle. Posteriormente, ellos cambiaron el discurso y hoy hablan en nombre de la Constitución Bolivariana. Dicen que son Chávez y los socialistas quienes la violamos, y ellos enarbolan esa Constitución igual que enarbolan unos símbolos que consideraban cursis y ahora son “Comando tricolor”, utilizan la bandera, cantan el Himno Nacional. Todo eso era patriotero para ellos. Es una forma de lavar su pecado golpista, de que ellos insurgieron contra esa Constitución. Como no la pudieron derrocar, ahora dicen asumirla. Así actúa el sistema: “vamos a hacerla nuestra”, dicen. Eso provoca una situación más de esquizofrenia que política, y quedó en evidencia cuando la presidenta de la comisión electoral de la Mesa de Unidad, en las recientes elecciones de las primarias de la oposición, dijo: “La República de Venezuela”. Ellos pueden decir que hubo una confusión, pero les resulta sumamente difícil decir “República Bolivariana de Venezuela” porque tienen que reconocer al pueblo bolivariano con una expresión que está allí, que está en la calle. Quizás sean detalles, pero en el plano de lo simbólico significan mucho.
Ficción y realidad
Earle Herrera se ha paseado entre la literatura y el periodismo, sin descuidar la investigación, que comienza con su obra ¿Por qué se ha reducido el territorio venezolano? (1978). Sus ensayos sobre periodismo La magia de la crónica (1987), El ensayo, el reportaje. De un género a otro (1991) y Periodismo de opinión. Los fuegos cotidianos (1997) son referencias académicas. Hizo un viaje a la palabra –sin pretensión de hacer crítica literaria– por admiración al autor de Compañero de viaje con el libro La neblina y el verbo. Orlando Araujo uno y múltiple (1992). En 2011 apareció Ficción y realidad del Caracazo. Periodismo, literatura y violencia, por el que obtuvo ese mismo año el Premio Nacional de Periodismo, mención Publicación Libro.
En este último, Herrera afirma que en El Caracazo “todos los venezolanos fuimos protagonistas, activos o pasivos. La literatura, entonces, entró en las aguas del periodismo para indagar, plasmar y comunicar unos sucesos de la actualidad. Otra vez la violencia motivaba la vena creadora de los literatos”. Pero también los periodistas utilizaron “elementos literarios que enriquecieron la expresión y comunicación periodísticas como representación de la realidad”.
–¿Qué ficciones se están viviendo en la actualidad?
–Cuando escribo sobre del 27 de febrero, un hecho que vivimos, pero pude verlo un poco en la distancia, resulta que en este proceso actual nosotros estamos inmersos. La ficción y la realidad se entrecruzan y quedó demostrado en 2002: primero tenías una buena parte del país celebrando el derrocamiento de un Gobierno popular, y esa misma parte del país a los dos días estaba llorando; y al revés con la gran mayoría que vio que se truncaba un sueño. Eso podría explicarlo sólo con la pluma de un escritor, de un dramaturgo, porque explicarlo racionalmente es un poco difícil. Tendrán que hacerlo los historiadores cuando se distancien unos 50 años de estos hechos. Para nosotros es sumamente difícil y creo que por medio del arte que podemos plasmarlo, como lo hacen esos artistas a través de las pinturas, de la poesía, de las coplas, de las décimas y del canto recio de los llaneros.
Entrevista realizada en 2012 para El Correo del Orinoco y forma parte del libro Gracias, medios de comunicación (2016).
Escritor y periodista. Autor de los libros de cuentos El bolero se baila pegadito (1988), Todo tiene su final (1992) y de poesía Algunas cuestiones sin importancia (1994). Es coautor con Freddy Fernández del ensayo A quién le importa la opinión de un ciego (2006). Gracias, medios de comunicación (2018) fue merecedor del Premio Nacional de Periodismo en 2019. Actualmente dirige y conduce Las formas del libro.