Antinecrológica de Nicanor Parra (1914-2018)

Una amiga, que cuenta con más 80 años de vida, me contó hace un tiempo la vez que conoció a Nicanor Parra. Ella, una señora chilena, recordaba el lento pasar del poeta, con su seria actitud que intentaba disfrazar la animosidad que inspiraba su nombre, por los pasillos de la Universidad de Chile, justo en los años de fervor editorial por la publicación de Poemas y antipoemas (1954), ese libro que sería el hacha rompedora del mar helado de la poesía chilena del siglo XX.

Lo que más llamó la atención de sus recuerdos es que, a pesar de ser considerado un hombre muy inteligente, respetuoso y cómico a su manera, era reconocido por el entorno académico y el estudiantado como, si no un físico mediocre, por lo menos bastante errático. Un dato de la biografía de Nicanor Parra que sorprende a cualquiera que haya revisado las páginas de sus Artefactos (1972).

Sabemos que el poeta fue becado por el Consejo Británico durante su mediana juventud para hacer estudios de Cosmología en la Universidad de Oxford, un ítem en su currículo bastante sugerente. Sin embargo, hasta qué punto esto significa algo que hila su genialidad poética con la mística académica, que parecía ser más bien floja con respecto a sus otras facetas mucho más conocidas a nivel internacional.

El éxito concebido en el ámbito universitario por parte de artistas usualmente otorga un colchón estridente, sobre todo si habla de Nicanor Parra. Pero él, que según mi vieja amiga chilena era un pedagogo lamentable, no necesitaba ese background para ser identificado como uno de los máximos representantes de la poesía escrita en español.

Sin embargo, el poeta fue siempre un apasionado de la física y la enseñanza académica. Ese dejo parriano de su biografía es una sonrisa pícara (otra más) que podemos encontrar expresado de diferentes formas en sus tan ovacionados antipoemas.

 

 

Montañas rusas

Señalar a Nicanor Parra de poeta es obviamente una provocación. Él se refería a sí mismo como antipoeta, y a la antipoesía ese montón de versos que rompieron de manera general con algunos modos de expresión ya rígidos en la época. Y la provocación propia no es inocente.

El antipoeta no estaba solo en ese afán que refiere en aquella frase, y cito: «Durante medio siglo la poesía fue el paraíso del tonto solemne hasta que vine yo y me instalé con mi montaña rusa». En este pedazo sur de América se podían contar con una o dos manos los poetas que ya arriesgaban en la expresión, aun con el signo vanguardista bastante distintivo. Entre los que proponían ese estilo de jerga coloquial como imágenes de la cotidianidad, el humor picante y la experiencia razonada, había unos cuantos que ya hacían vida en México como José Emilio Pacheco y Efraín Huerta, mientras que en Venezuela Andrés Eloy Blanco y Aquiles Nazoa hacían lo propio.

Una conversación entre Parra y el poeta del Guarataro hubiera sido digno de un guión radiofónico de Aníbal Nazoa, el hermano de Aquiles. Pero lo más importante a recalcar es el tono aparentemente sencillo de la eufonía parriana, en total consonancia con otros estilos que se practicaban en otras regiones del idioma y el continente, y que más bien revela a un Parra articulador de una época en que, no sólo en Chile sino en otros países tenían sus respectivas tradiciones poéticas pesando como un yunque sobre las cabezas de los poetas.

De aquellas pesadas cargas llamadas Pablo Neruda y Vicente Huidobro sale Nicanor Parra con la creación de esa raza poética que responde al nombre de antipoeta, a señalar las montañas rusas, a reconocerlas para luego montarse en ellas.

 

 

Nicanor también eres tú

En las últimas entrevistas que concedió, Nicanor Parra dijo que ya no escribía poemas ni antipoemas, sino que se dedicaba a copiar lo que los niños, sobre todo sus nietos recién hablantes, decían. Que allí estaba la síntesis de la antipoesía, y no sólo en el habla del adulto que tiende a ser más racional, más «occidental», que la lengua y la imaginación infantiles.

Ese rostro de quijada, pómulos y ojos de piedra, con cierto aire de gárgola viviente, de voz pausada y ademán cómico, dejaba surgir de sí mismo ese juego de niños que es escribir versos con una naturalidad digna del homo ludens más representativo. Allí está una clave para entender un poco de qué trata eso de la antipoesía, que es también poesía, pero de otro orden.

Parra no fue diferente (nadie lo es): sólo respondió a la infancia más profunda, y en sus últimos años de vida decidió cortar el filtro.

Ha muerto Nicanor Parra, y esto ya no es noticia al momento en que se publica esto. Por eso es una antinecrológica, tratando de tomar un poco el espíritu del antipoeta para hablar de él.

Quienes leemos desde la admiración y la sospecha la obra escrita y dibujada de Nicanor Parra olvidamos también al hombre que era. Detrás de cada texto hay alguien. Al lado de cada libro hay otro libro. Y la antipoesía, definitivamente, eres tú.

 

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Ernesto Cazal

Estudió Letras en la Universidad Central de Venezuela, sin embargo se ha dedicado más a trabajar y colaborar para distintos medios de comunicación y revistas literarias impresos y digitales que a la vida académica y la edición de libros. Publicó Bevilacqua (2013) con la editorial artesanal El Caracol de Espuma, y con la Fundación Editorial El perro y la rana la edición digital de Triamento (2017), ambos libros de versos. Actualmente forma parte del equipo de investigación y análisis Misión Verdad.

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