El fascismo en el triunfo del horror

El término “fascismo” es de uso cotidiano en nuestro vocabulario cuando nos referimos a un crimen planificado por motivos políticos, y la primera imagen que se nos viene a la mente es la de Adolfo Hitler. Una imagen de horror por el genocidio que perpetró y que desencadenó la Segunda Guerra Mundial, entre 1939 y 1945. Desde su ascenso al poder en 1933, como canciller, una cineasta alemana se encargó de la imagen cinematográfica que aún prevalece, y es aquella en donde él muestra supuestamente unos dotes histriónicos como orador.

La artífice de esa imagen de Hitler fue Leni Riefenstahl, una cineasta que comenzó como bailarina, para luego convertirse en actriz. La película La luz azul (1932), que dirigiera y protagonizara en el papel de Junta, motivó al líder del partido Nazi a escogerla para realizar las películas del III Reich, porque ella había captado la esencia de la raza aria cuando contraponía en imágenes al ser humano luchando y venciendo la adversidad ante la naturaleza.

El triunfo de la voluntad (1935) fue la obra que la destacaría como cineasta –catalogada como cine de propaganda–, pero también la que la condenaría una vez derrotado el ejército nazi.

El director venezolano Jacobo Penzo sostiene que Riefenstahl logró la “consagración porque supo sacar provecho a la celebración, en Nuremberg, del primer congreso nacionalsocialista, un evento que pudo ser más bien aburrido y pomposo; pero ella, gracias a su talento y creatividad visual, lo convirtió en una celebración del orden y la disciplina, una fiesta del militarismo y el poder, la apoteosis de los ideales de Hitler llevados a su máxima expresión”.

En esa misma ciudad, una década después, Leni Riefenstahl sería juzgada por apoyar el genocidio nazi y quedaría “como la cineasta del régimen más oprobioso que se instaló jamás en Alemania y el mundo”, destaca el director de La casa de agua, en un texto que acompaña la sinopsis de la presentación de la película en la sala Celarg, programada para el mes de julio.

 

 

El título de Hitler

“Cuando lleguemos al poder, quiero que haga mis películas”, le dijo Hitler a Leni. Y una vez que fue nombrado canciller, el hostigamiento hacia todo lo que no fuera alemán dejó de ser una amenaza xenofóbica y comenzó a ser parte del terror cotidiano.

De la quema de libros, Riefenstahl dijo que no se enteró porque estaba rodando fuera de Alemania y que sus “amigos que habían emigrado, le pidieron que se quedara. Que aguantara hasta el final. Quedándonos podíamos evitar que se extendiera el antisemitismo. Teníamos que ser un baluarte ante lo que estaba sucediendo”, respondió la cineasta nazi para el documental Una vida de luces y sombras.

Consideraba que “eran maniobras electoralistas, algo pasajero, que desaparecería al poco tiempo”, ha reiterado, y que no supo “prever lo que iba a ocurrir”. Por su parte, Hitler había prometido erradicar el desempleo de seis millones de personas, y esa misma cantidad de judíos es la que se estima que fueron asesinados en los campos de concentración.

La mentira fue parte de su defensa. Intentó vanamente convencer de que desconoció el genocidio perpetrado durante el III Reich. Pero nunca pudo desmentir la solicitud que le hizo Hitler de mostrar al mundo las “virtudes” de la superioridad aria. En varias entrevistas trató de menospreciar la lectura que hiciera en su momento de Mi lucha (Mein Kampf).

“Me pareció muy interesante, pero no lo había leído completo. Sólo unos cuantos capítulos. Me parecieron muy bien algunos de los puntos que había en él, sobre todo los que hacían referencia a los problemas sociales”, dijo en entrevista en Una vida de luces y sombras.

También intentó ocultar su estrecha relación con Joseph Goebbels, el ministro de Propaganda, aunque éste en su diario refiere, el 17 de mayo de 1933, que Leni lo había visitado y que él le sugirió a ella hacer una película sobre Hitler.

El triunfo de la voluntad debía reflejar “el orden, la unidad y la ambición del movimiento nacionalsocialista”. Así lo reflejó Riefenstahl y “el resultado final, cuyo título decidió el mismo Hitler, fue una película que constituye en momentos cumbre de la relación entre un líder y las masas”, afirma la ensayista María Inmaculada Sánchez Alarcón.

 

Joseph Goebbels, Leni Riefenstahl y Adolfo Hitler

Protagonista de película

El primer encargo que Hitler le hizo a Riefenstahl fue realizar un cortometraje sobre el Congreso de la Victoria, que se llevó a cabo en Nuremberg, en 1933, con la participación de medio millón de seguidores del partido Nazi. La cinta se tituló La victoria de la fe (Sieg des Glaubens), y fue su primer ensayo cinematográfico documental en reflejar el espíritu del régimen, que luego plasmó a plenitud en El triunfo de la voluntad.

Con esta película, Riefenstahl creó el “mayor acto de alabanza al líder, en todo el período hitleriano”, afirma Sánchez Alarcón, a pesar de que paradójicamente “Goebbels siempre se preció de haber sido el artífice del mito hitleriano (Führerprinzip)”.

Los conceptos del ministro de Propaganda de Hitler, “acerca de las ceremonias públicas de masas y el tratamiento que debía darse a la figura del führer, fueron muy importantes para crear alrededor del iniciador del nazismo un halo semidivino”, pero fue Riefenstahl, con El triunfo de la voluntad, quien hizo la “única película protagonizada por Hitler en todo el cine nazi”.

“Su tema central es la apoteosis del líder nacionalsocialista como el nexo de unión entre el pasado heroico germano y un presente lleno de promesas de victoria para la nueva Alemania”, sostiene Sánchez Alarcón.

 

 

La caída de la artista

El triunfo de la voluntad fue premiada en la Exposición Internacional de París (1937). Ocho años después, con la derrota del ejército de Hitler, Riefenstahl fue detenida y sometida a un proceso judicial. “Se defendió diciendo que se había limitado a hacer un documental que retrató los eventos de aquel Congreso (de Nuremberg)”, escribió hace una década el ensayista Román Gubern.

“Nada más falso”, escribe con indignación Gubern. “El Congreso se organizó como una gigantesca puesta en escena para sus cámaras –pasarelas, ascensores y rampas para los operadores–, igual a como hoy se organizan los mítines, montados para la mejor visibilidad de las telecámaras”.

Posteriormente filmó El día de la libertad (Tag der Freiheit), un documental sobre la Wehrmacht hitleriana, en 1935, y Olimpíada (Olympia), sobre los Juegos olímpicos de Berlín en 1936. Esta última constó de dos partes: Fiesta de los pueblos (Fest der Volker) y Fiesta de la belleza (Fest der Schónheit) y fue la primera vez que se filmó para cine unos juegos olímpicos. La película formó parte de la propaganda de los nazis y fue idea de Riefenstahl que se filmara. Cuatro años antes se realizó en Los Angeles, EEUU, las olimpíadas, pero Hollywood dejó pasar esta cita y tan sólo quedó para los noticieros.

Tierra baja (Tiefland) se estrenó en 1954, pero fue rodada hacia los años 1940. Gubern rememora que esta película “la colocó en una nueva controversia, por las acusaciones de la comunidad gitana de haber utilizado como extras a presos de esa etnia confinados en campos de concentración”. Luego declaró la cineasta que fueron asesinados.

En la desnazificación que llevó a cabo Estados Unidos, Leni Riefenstahl no tuvo la misma suerte de ser captada para contrarrestar culturalmente el comunismo. Algunos artistas nazis fueron perdonados, entre ellos el director de la Filarmónica de Berlín, Hervert von Karajan, quien se había adscrito al partido Nazi en 1933 y era apodado por sus detractores como “Coronel de la SS Von Karajan”. Todos sus conciertos comenzaban con la interpretación del himno de los nazis, “Horst Wessel Lied”.

Riefenstahl murió a la edad de 101 años el 8 de septiembre de 2003. EEUU no tuvo la necesidad de perdonarla, ni de pedir su colaboración. Hollywood ya había tomado nota de cómo se hacen películas de propaganda política.

 

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Raúl Cazal

Escritor y periodista. Autor de los libros de cuentos El bolero se baila pegadito (1988), Todo tiene su final (1992) y de poesía Algunas cuestiones sin importancia (1994). Es coautor con Freddy Fernández del ensayo A quién le importa la opinión de un ciego (2006). Gracias, medios de comunicación (2018) fue merecedor del Premio Nacional de Periodismo en 2019. Actualmente dirige y conduce Las formas del libro.

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