Costa Rica: el fin del bipartidismo abrió la caja de pandora

En Costa Rica, dos partidos políticos dominaron el escenario de toda la segunda mitad del siglo XX. Cada uno de ellos tuvo como baluarte de origen a dos figuras que contribuyeron, de forma notable, a perfilar el estado de derecho y el Estado de Bienestar.

Uno de ellos fue Rafael Ángel Calderón Guardia, quien en alianza con los comunistas y la Iglesia Católica impulsó una serie de reformas que, a no dudarlo, en nuestros días no faltaría quienes las tildaran de populistas. Se trata de la creación de la Caja del Seguro Social, la introducción de un capítulo de garantías sociales en la Constitución, y del Código de trabajo.

El otro caudillo fue José Figueres Ferrer, quien no solo complementó sino que profundizó las medidas impulsadas por su antecesor y su alianza. Paradójicamente, aunque hoy podemos verlos a ambos como constructores de un proyecto único, el segundo no solo se opuso al primero, sino se erigió como líder nacional enfrentándose incluso violentamente a su proyecto político.

Sobre su legado se levantaron esos dos partidos dominantes a los que hacíamos mención, Liberación Nacional (PLN) y el Partido Unidad Socialcristiana (PUSC), a cuyos militantes y simpatizantes se conoció como figueristas y calderonistas.

Aunque alternándose en el poder, ambas agrupaciones políticas impulsaron un proyecto que podríamos caracterizar como nacional, y que el figuerismo llamó La Segunda República.

Este proyecto entró en crisis a mediados de los años 70, y a partir de la década de los 80 ellos mismos variaron el rumbo, y se dieron a la tarea de reorientarse de acuerdo con las nuevas tendencias que prevalecían. Es decir, se volvieron neoliberales.

Ese fue el inicio del fin de la era en la que ellos habían sido los protagonistas centrales.

Desde entonces hasta los primeros años del 2000, reperfilaron el país y se desdibujaron ellos, a tal grado que lo que uno y otro proponía prácticamente no se diferenciaba más que en matices.

Los costarricenses empezaron a hablar del PLUSC, es decir, de un engendro que sin existir inscrito en Registro Electoral era la realidad vivida por todos, es decir, un suprapartido conformado por el PLN y el PUSC.

Al bipartidismo expresado en ese PLUSC le dio jaque mate un partido que nació de las costillas del PLN, el Partido Acción Ciudadana (PAC), que llegó al poder en el 2014 en medio de unas expectativas inmensas porque las cosas cambiaran, pero que, ya hacia el final de su período, no cumplió.

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¿Qué hacer, entonces, si lo viejo ya no funciona y lo nuevo, en los que se había puesto la esperanza, no responde a la altura? Esa duda refleja exactamente lo que sucede en la Costa Rica política en período de elecciones a finales de enero de 2018.

Encuesta de la Universidad de Costa Rica

Es entonces cuando se abre la Caja de Pandora, y surge a la palestra una variopinta oferta partidaria que tiene desconcertados a tirios y troyanos.

Una característica que no es exclusiva de esta elección pero que se mantiene en ella e, incluso, parece profundizarse, es la creciente presencia del número de indecisos, desencantados, apáticos y refractarios.

En segundo lugar, tenemos la aparición de propuestas partidarias encabezadas por “figuras fuertes”, de las que dan el golpe en la mesa y elevan la voz. Hace ya algunos años que algunos sondeos vienen mostrando que cada vez más costarricenses entienden que solo alguien con esas características arreglará las cosas. Solo este aspecto le da ya a la campaña presidencia actual un sesgo sui géneris, pero lo que termina de darle su sello distintivo está en la tercera característica que mencionamos a continuación.

Se trata del ascenso vertiginoso e imprevisto de opciones respaldadas por partidos “cristianos” conservadores, con el mismo perfil de otros similares que también hacen carrera en más países de América Latina. La agenda de estos partidos es transnacional, y sus formas de acción política también.

Hay que tener en cuenta que las características distintivas de esta elección que hemos mencionado no surgen por generación espontánea en este momento. Se trata de tendencias de vieja data que en esta coyuntura encuentran canales para expresarse de forma pública y masiva.

El que los cristianos conservadores asuman papeles protagónicos en la vida política empezó a gestarse desde los años setenta del siglo XX, cuando los EEUU vieron en las iglesias protestantes pentecostales y neopentecostales una vía para contrarrestar la importante presencia de cristianos progresistas y revolucionarios en Centroamérica. Estas iglesias se convirtieron en verdaderas armas de penetración ideológica que hoy están rindiendo sus frutos al convertirse en canales para expresar formas de descontento amplios, difusos y generalizados, que en circunstancias específicas pueden encontrar catalizadores que los catapulten a primeros planos.

En el caso costarricense, este catalizador fue la resolución de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) que resolvió a favor de los grupos LGTBI su derecho al casamiento. Inmediatamente después de la resolución la sociedad se dividió en dos bandos contrapuestos, aparentemente irreconciliables.

A 15 días de las elecciones, el panorama parece orientarse a la posibilidad que los costarricenses opten entre dos personajes que representan las dos tendencias que hemos mencionado: entre una mano dura y un cristiano conservador. Uno un abogado, otro un pastor. Uno promete resolver todo a mandobles, el otro iluminado por la Biblia. Ninguno de los dos tiene un programa acabado, serio, fundamentado y se articulan principalmente en torno a lo que no les parece, a lo que critican.

¿Quo vadis Costa Rica?

 


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Rafael Cuevas Molina

Escritor, pintor, investigador y profesor universitario de origen guatelmateco con residencia en Costa Rica. Participó en el consejo de redacción de la revista de análisis político cultural Ko’eyú Latinoamericano. Actualmente es presidente de la Asociación por la Unidad de Nuestra América (AUNA-Costa Rica) y dirige la revista Con Nuestra América.

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