La patria de los obreros
En ciertos sectores de la izquierda todavía persiste la idea –tan absurda como conveniente para los poderes establecidos– de que el independentismo y el internacionalismo son incompatibles, por no decir antagónicos. El internacionalismo une a los pueblos, mientras que el independentismo los divide, argumentan algunos, ya sea de forma ingenua o tendenciosa. De forma tan ingenua o tan tendenciosa que olvidan incluso algo tan elemental como que, por definición, el internacionalismo presupone la existencia de diversas naciones –y nacionalismos– capaces de interrelacionarse solidariamente. Lo que, a su vez, supone entender el nacionalismo no como la exaltación arrogante de determinadas peculiaridades culturales ni como la reivindicación excluyente de privilegios arbitrarios, sino como la pura y simple afirmación de la propia identidad y de la propia soberanía frente a quienes las niegan o las limitan. Y en una época en la que el capitalismo adopta la forma de un imperialismo avasallador que intenta arrebatarles a los pueblos su identidad para poder arrebatarles todo lo demás, la defensa de la soberanía y el derecho de autodeterminación se convierte en un aspecto fundamental de la lucha anticapitalista.
Así lo han entendido la mayoría de los cubanos, para quienes “socialismo o muerte” y “patria o muerte” se han convertido en lemas equivalentes, puesto que tienen muy claro que la defensa de su soberanía nacional y la defensa de su proceso revolucionario son una misma cosa. Así lo ha entendido una buena parte del pueblo vasco, cuya lucha contra la opresión de los estados español y francés se funde y se confunde con la lucha de clases. Y así lo han entendido también diversas organizaciones independentistas catalanas, gallegas, castellanas, aragonesas, andaluzas… Y así empiezan a entenderlo, por fin, algunas formaciones de izquierdas de ámbito estatal.
Sin embargo, el incontenible clamor soberanista que en estos días sacude Catalunya ha provocado el paradójico rechazo de una parte de la izquierda, esa que repite como jaculatorias ciertas consignas marxistas que, sacadas de contexto, dejan de tener sentido o, lo que es peor, se prestan a todo tipo de tergiversaciones. Y una de las más equívocas de esas consignas descontextualizadas (que llevaron al propio Marx a decir “Yo no soy marxista”), invocada recurrentemente por quienes se oponen al independentismo, es “Los obreros no tienen patria”. En el marco del Manifiesto comunista, la frase tiene pleno sentido, pues lo que dicen expresamente Marx y Engels es que el proletariado no puede identificarse con el modelo de nación burgués –basado en la explotación de unas personas por otras y de unos países por otros– y ha de construir su propio modelo solidario; fuera de ese contexto, la frase se ha utilizado a menudo para cuestionar las reivindicaciones identitarias y soberanistas de los pueblos oprimidos, y la izquierda institucional no puede hacerse cómplice de esta manipulación.
Cuando en América Latina y en Oriente Próximo los desheredados del mundo libran una batalla decisiva contra el imperialismo, las privilegiadas izquierdas europeas tienen la insoslayable responsabilidad política e histórica de unirse en un frente común, en una quinta columna que desde el propio interior de los países ricos, desde el corazón de la bestia, contribuya a desbaratar los planes de expolio y exterminio de un capitalismo exasperado que también entre nosotros, y hoy más que nunca en Catalunya, está mostrando su rostro más brutal.
Escritor. Prologó la selección que publicó la editorial Bruguera de los relatos de la revista estadounidense The Magazine of Fantasy and Science Fiction. Es autor de El libro inferno (2002), Los jardines cifrados (1998) y El gran juego (1998), con el que obtuvo el Premio Jaén de Literatura Infantil.