Centroamérica: Alianza para la Prosperidad y elecciones en Honduras
Para quienes alguna vez se ilusionaron con que los Estados Unidos podían ser un aliado de algún programa político progresista en el Triángulo Norte centroamericano, las elecciones en Honduras han venido a ser un balde agua fría.
Estas ilusiones nacieron por la actitud que respecto a Guatemala han mantenido algunas figuras del gobierno norteamericano y la embajada misma, en relación con el trabajo de la CICIG, las manifestaciones de indignados en contra de la impunidad y la corrupción en el Congreso y otros órganos del Estado.
Partiendo de esos antecedentes, se ha llegó a considerar a los Estados Unidos como una especie de aliado que pudiera inclinar la balanza en pos de un cambio que, de alguna forma, contribuyera a desplazar del poder a quienes se han aprovechado durante años del aparato de Estado, y diera paso a “otra cosa”, tal vez una fuerza progresista “sana”, que pusiera coto a tanta podredumbre, y abriera las puertas a formas de organización social por lo menos no tan excluyentes como las que han prevalecido hasta ahora.
Lo que demuestran una vez más, sin embargo, las recientes elecciones en Honduras, es que los Estados Unidos no están realmente del lado de nadie más que de ellos mismos. Lo que en esencia buscan en la región es atemperar algunos problemas que les están haciendo mella a ellos, y crear condiciones propicias para el funcionamiento de sus capitales en una región de su periferia inmediata.
Si para lograr esos objetivos es necesario mostrarse como la potencia democrática que busca erradicar la corrupción y promover los derechos humanos, se muestra como tal. Pero si lo que se necesita es apoyar los desmanes como los que están llevando a cabo en Honduras, se apoyan. No tiene necesidad de aparecer en la foto y mostrarse de cuerpo entero. Para eso están sus acólitos, los mandaderos de siempre, en este caso la OEA y sus observadores, que no tienen escrúpulos en hacer el paripé de árbitros preocupados.
Al final, las fuerzas que pugnan por la no reelección tienen muchas posibilidades de quedar al margen, de ser derrotadas por el aparato ya puesto en marcha y, en poco tiempo, quedar como una anécdota más en el prontuario de la democracia hondureña.
Tanto Guatemala como Honduras han mostrado en los últimos tiempos la única salida auténtica que les queda: la de las salidas autóctonas, es decir, propias, basadas en sus propios intereses y en la más amplia unidad. Las manifestaciones guatemaltecas contra la corrupción y de apoyo a la CICIG son un ejemplo. La revitalización del movimiento estudiantil universitario es una muestra de cómo se está gestando un espíritu nuevo que incide en distintos espacios del movimiento popular.
Y el hecho de haber podido conformar una propuesta electoral de base amplia, cuyo integrantes se han opuesto al fraude de forma activa en Honduras, es también otra muestra en este sentido.
En países en donde el movimiento popular ha sido históricamente tan golpeado; en donde sus mejores cuadros han siendo asesinados, lo que ha incidido en su capacidad de análisis y acción; en donde la población misma ha sufrido constates estrategias del miedo que llevan a la parálisis política a amplio sectores de la población; en donde todo esto sucede, el simple hecho que las fuerzas no mermen, que sigan en pie de lucha aunque sea muchas veces dando palos de ciego, constituye una muestra del grado de desesperación al que han sido orillados.
El Plan Alianza para la Prosperidad que ha pergeñado los Estados Unidos no es más que una careta, una cortina de humo, una propuesta vana; como han sido tantos otros planes anteriores, empezando con la Alianza para el Progreso, allá por los ahora lejanos sesenta, y pasando por otro sinnúmero de alianzas, planes y proyectos, que siempre han dado al traste.
Apoyar ahora a los hondureños que resisten el fraude es apoyar esos esfuerzos por encontrar vías propias de, primero, oponerse y, luego, proponer y tratar de construir desde lo nuestro y con nuestras propias manos, independientemente del carácter de esas fuerzas que hoy son protagónicas.
Escritor, pintor, investigador y profesor universitario de origen guatelmateco con residencia en Costa Rica. Participó en el consejo de redacción de la revista de análisis político cultural Ko’eyú Latinoamericano. Actualmente es presidente de la Asociación por la Unidad de Nuestra América (AUNA-Costa Rica) y dirige la revista Con Nuestra América.