Sentado en el mostrador de la carnicería N° 15, disfrutaba de la tizana que mi viejo, en aquel entonces era un chamo, me compraba en uno de los puestos que componían la alegre atmósfera del pasaje Tatuy. Allí se encontraba la Casa Sirka donde restauraban santos y nacimientos, también estaba la mayoría de las carnicerías del antiguo mercado principal de Mérida: el lugar más democrático de la ciudad que fue reducido a cenizas por el petróleo.
»Gobierno desgraciado: ¡quemaste el mercado!« — gritaban los grafitis sobre varias paredes del centro de Mérida. A partir de los años 70, época de la Venezuela Saudita, el espíritu wannabe yanqui se había apoderado de la clase política y su mayor aspiración fue intentar hacer metrópolis venezolanas a calco y copia de las ciudades gringas „modernas“. Es así como, siendo el tristemente célebre Chuy COPEI presidente del todavía cabildo merideño, amparándose en un estudio tecnocrático liberal del IESA andino, dictaron sentencia de muerte al viejo mercado y ordenaron su desalojo. El estudio presentó como argumento el deterioro de las instalaciones, sin decir que dicho deterioro había sido causado por la deficiencia de servicios públicos que dependían del propio concejo municipal, que apoyó la sentencia, y había optado por la desidia como táctica de desgaste para acabar con el condenado mercado: pero su gente resistía.
Es que no se trataba simplemente de un mercado, como nos cuentan Carmen Teresa García y colaboradores en su maravilloso libro1 publicado a 20 años de la quema en 2007: la intención subyacente, que encontramos en esa clase política todavía dada al vasallaje colonial, era la destrucción de nuestra cultura y de nuestra memoria colectiva, la memoria Tatuy. La quema ocurrió en el contexto de los violentos años 80 tardíos de la Quarta, poco después de la masacre de Yumare y del asesinato del estudiante Luis Carvallo Cantor. Se puede pensar en una reedición de la quema del Parlamento Alemán, símbolo máximo de la democracia, por parte del régimen nazi que, igualmente, endilgó la culpa a un comunista. En el caso del antiguo mercado de Mérida, la acusación oficial apuntó a la Bandera Roja de aquellos años.
El nuevo Mercado fue inaugurado en los 90, presentado como la maravilla arquitectónica con que Mérida se abría paso hacia la modernidad sudaka wannabe. En el edificio se designó un Pasaje Tatuy simbólico. Ya no está Eleazar Cuevas con su warapo enfuertao con conchas de piña que vendía a locha; tampoco la señora Clara con su pescado frito en la pequeña fonda de comida criolla; ni la venta de la lotería de los animalitos: 1, 2, 3: cordero, toro y ciempiés; y del abasto „El centavo menos“ solo nos queda una sonrisa nostálgica al analizar la oferta que su nombre anunciaba.
Sobre las cenizas del antiguo mercado erigieron un colosal centro cultural, también moderno, por supuesta, que ni por equivocación llevaría por nombre Tatuy, de eso se encargó la clase política: le dieron el nombre de un burgués, faltaba más, ilustre ciudadano Tulio Febres-Cordero. Esa fue una de las tantas batallas que perdió el movimiento cultural Tatuy, que sobrevivió la quema como espíritu del mercado pero no tuvo acceso a la nueva sede.
Tatuy, en la extinta lengua mukubache —que el mismo Tulio Febres-Cordero admitió no haber rescatado a tiempo— significaba antiguo; está asociada con la palabra taita, con que se designa al padre o al abuelo, al adulto mayor. El pasaje Tatuy, parte del antiguo mercado, viene a ser un símbolo de resistencia ancestral, de resistencia indígena, tal vez hoy: resistencia mestiza; es por eso que he elegido ese nombre para este espacio en el que nos daremos cita cada semana aquí en Visconversa. Un espacio para la democracia, la política, la cultura, la memoria colectiva, el pensamiento crítico, que estará al servicio de la resistencia Tatuy: porque la resistencia es antigua como la misma opresión y existirá en tanto esta también exista.
Referencia:
García, C. T.; Gordones, G. & Meneses, L. El Mercado Principal de Mérida (1886-1987). A 20 años de su quema. Universidad de Los Andes. Museo Arqueológico Gonzalo Rincón Gutiérrez. Ediciones Dábanatà. Mérida. 2007
Intenta ser una persona humana terrestre. Aunque no admite para sí ninguna nazionalidad, nació en Tatuy Emérita, ciudad de la región andina del territorio administrado hoy por la República Bolivariana de Venezuela. Ingeniero geólogo egresado de la Universidad de Los Andes (2005) y profesor honorario en la Universidad Central de Venezuela. Fue trabajador del Centro de Investigación y Desarrollo para Tecnologías Petroleras (Intevep) hasta llegar a coordinar proyectos para la industria en la Dirección Ejecutiva de Ambiente. Es activista LGBTIQ y aliado feminista. Se dio a conocer como escritor con su novela „Las flores de El Hato” (2012) y acaba de publicar su primera colección de „relatos deSgeneradxs”.
Intenta ser una persona humana terrestre. Aunque no admite para sí ninguna nazionalidad, nació en Tatuy Emérita, ciudad de la región andina del territorio administrado hoy por la República Bolivariana de Venezuela. Ingeniero geólogo egresado de la Universidad de Los Andes (2005) y profesor honorario en la Universidad Central de Venezuela. Fue trabajador del Centro de Investigación y Desarrollo para Tecnologías Petroleras (Intevep) hasta llegar a coordinar proyectos para la industria en la Dirección Ejecutiva de Ambiente. Es activista LGBTIQ y aliado feminista. Se dio a conocer como escritor con su novela „Las flores de El Hato” (2012) y acaba de publicar su primera colección de „relatos deSgeneradxs”.
Yo recuerdo el mercado viejo como un laberinto oscuro y sucio. Si te ponías a buscar, veías ratas y cucarachas, agua sucia estancada en rincones, sus vendedores no procuraban el orden, sanidad y limpieza, con todo y que los lunes lo cerraban para limpieza. Paso un año el mercado nuevo sin ocuparse porque los vendedores no querían mudarse, y creo era gobierno de Gonzalo Barrios, lo quemaron, yo tenía como 10 u 11 años de edad. Recuerdo que me fui al día siguiente y recogí monedas en el piso recolectando más de 500 Bs.
Me crié en los espacios del mercado de Mérida, me dolió profundamente su desaparición, pero que asquerosos chavistas defiendan el mercado es absurdo…
pobrecita Usted que carga tanta amargura y rabia por dentro…
Yo recuerdo el mercado viejo como un laberinto oscuro y sucio. Si te ponías a buscar, veías ratas y cucarachas, agua sucia estancada en rincones, sus vendedores no procuraban el orden, sanidad y limpieza, con todo y que los lunes lo cerraban para limpieza. Paso un año el mercado nuevo sin ocuparse porque los vendedores no querían mudarse, y creo era gobierno de Gonzalo Barrios, lo quemaron, yo tenía como 10 u 11 años de edad. Recuerdo que me fui al día siguiente y recogí monedas en el piso recolectando más de 500 Bs.