Que el gobierno de Michelle Bachelet le haya negado el asilo a Freddy Guevara, responsable político de los atentados terroristas en Venezuela pudiera parecer un gesto de cordura, de coherencia con el derecho internacional y más, de solidaridad latinoamericana del Chile neoliberal. Sin embargo, todo indica que es una deslucida metáfora del juego «la papa caliente».
La victoria de Sebastián Piñera en las próximas elecciones presidenciales del país sureño no suena descabellada. Y escurrir el bulto al nuevo Presidente tampoco suena fuera de lo normal. A pesar de esta hipótesis, el efecto mediático de este rechazo a la solicitud de Guevara ha sido tratado con pinzas por las corporaciones de la comunicación locales.
Silenciado e invisibilizado la negativa de un gobierno que ha apoyado cautelosamente los intentos de desestabilización de la derecha y sus líderes a asilar a uno de sus operadores no sólo demuestra la vorágine negativa que rodea hoy a la oposición venezolana, también pone en el tapete la radicalización de algunos gobiernos contra la Revolución Bolivariana.
Entre esos gobiernos destaca el Brasil dictatorial de Michel Temer. A golpe y porrazo el Presidente de facto ha pulverizado avances muy significativos de los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT) en materia de derechos humanos, laborales y políticos.
La acción de Temer contra Venezuela no es tan publicitada como las de sus «compañeros de lucha», Argentina y Colombia. Desde presuntas injerencias en guerra biológica en las selvas de la Amazonia (recientemente algunos científicos han descubierto mutaciones de zancudos, los cuales están capacitados para la transmisión de enfermedades como la malaria y el paludismo) hasta la incorporación de Brasil en la guerra económica (cancelación de convenios en materia de producción de alimentos y apertura de fronteras para el tráfico de billetes venezolanos).
Todo esto es para decirle a Ud., querido lector y querida lectora, que Brasil podría ser el nuevo destino turístico de Freddy Guevara. Un viaje sin retorno aparente, en calidad de “exiliado”.
Recibido por la oligarquía brasileña, Guevara se convertiría en el peón imperial en territorio carioca. No es que signifique mucho ni que represente un peligro para nuestro proceso. Tampoco es precisamente un buen orador y, sobre todo, dista mucho de ser un político de influencia. Lo divertido de la situación será observarlo deslucido y con la credibilidad de un mago sin chistera balbucear su odio en un portugués que, haciendo honor a las primeras líneas de esta columna, sonará como una papa caliente en la boca.