Trump: el dominio con cara impropia
Es indudable que toda mención, referencia o alusión a la presidencia en curso de Estados Unidos (EE.UU.) pasa por la crítica a Donald Trump y no puede ser positiva. Quizá un gran desafío sea que una investigación halle acción positiva en una de sus múltiples iniciativas; aunque más no sea una pizca de virtud de la que resalte algún aspecto.
The New York Times nunca quiso a este individuo –ni antes como candidato ni ahora como presidente– y en los pasados comicios de EE.UU. se decidió por apoyar a la demócrata Hillary Clinton, candidata de los más poderosos de Wall Street. Sin embargo, esa publicación es de las principales de aquel país, de las más consultadas del mundo y pasado el primer tramo del mandato presidencial actual lo definió editorialmente como “desastre ambulante” demostrativo de “incompetencia absoluta”, y haciendo de lado los permanentes cambios en el gabinete, entre los asesores y altos cargos de la Casa Blanca –señaladamente el de Steve Bannon– directamente indicó que “el problema es el propio señor Trump”.
En los últimos 70 años nadie duda de la preeminencia estadunidense como eje del capitalismo y potencia militar, que no sólo se ha erigido en “repartidor de democracia” sino que con sus centenares de bases militares por distintos continentes y su determinante accionar sobre los gobiernos se constituye en sostén y tutor de dominio imperial, interviniendo –hasta ostensible y directamente– en algunas ocasiones.
Por lo mismo, sobresaltó a los medios económicos internacionales y al público aquella inicial determinación de que EE.UU. saliera del acuerdo del Pacífico, que dejó fuera de los mismos a China y Rusia. La declaración del 25 de septiembre de 1947 del general Douglas Mac Arthur –apoyada por el presidente Harry Truman, el senador Patrick Leahy, el general Dwight Eisenhower y el almirante Chester Nimitz– acerca de que “Corea no es necesaria para hacer del Pacífico un lago estadunidense” sigue siendo compartida por Trump y es muy factible que esté entre sus aspiraciones y metas (más allá de la guerra de dicterios –por suerte– que se dedican entre Pyongyang y Washington), pero decidió que el camino para lograrlo es distinto del de Obama.
Acerca del cambio climático, dejó perplejo al mundo y a Macron cuando se retiró de los Acuerdos de París, aunque ya era conocido el desdén de EE.UU. hacia ellos y a las obligaciones derivadas de éstos.
El mes pasado, pese a sufrir en territorio continental las calamidades del huracán Harvey y en Florida, posesiones caribeñas y Puerto Rico las de Irma, el magnate-presidente reivindicó el discurso con que elogió en Dakota del Norte la producción de petróleo mediante fracking, ensalzó el papel gubernamental al reducir las protecciones medioambientales y el retiro de los Acuerdos de París.
Pero de los desaguisados del estadunidense nos enteramos de una parte y ocurre cuando alguno nos afecta directamente, son inocultables por la magnitud o trasuntan cierto grado de venganza personal por cosas del pasado que el empresario, como presidente, aprovecha a cobrarse (para el caso, ver Argentina y familia Macri).
El proceder de Trump no conoce muchas alianzas ni senderos diplomáticos: en Europa atlántica, no se cayó para alabar el Brexit ni para decirle a Angela Merkel que debía dinero por defensa, con lo cual instaló en la OTAN un cuestionamiento a la organización que la deja malparada y eventualmente debilitada de futuro.
Acerca de la renegociación del Tlcan o Nafta (por sus siglas en inglés), amagó con salirse de ésta o llegar a un entendimiento sólo con el socio canadiense. En tanto, continuó insistiendo con la separación fronteriza –algo similar a lo de Israel con Palestina– con México (integrante del acuerdo o tratado), que el muro lo paguen los mexicanos e impuso su criterio, ante ciertas filtraciones sobre el tema, de que los involucrados no aludan a él.
La intervención en la Asamblea General de Naciones Unidas fue, asimismo, violenta y ofensiva hacia varios estados de la organización. Reportes de agencias mencionan que el mandatario la emprendió contra los gobiernos de Corea del Norte (Kim Yong-un), Cuba (Raúl Castro), Irán (Hasán Rouhaní) y Venezuela (Nicolás Maduro), pero remató su intervención señalando las bondades de la mafiosa familia saudita gobernante, “honrado” –dijo– por las compras de armas de Riad a EE.UU. por 110 mil de millones de dólares.
Significativo, resulta en el caso, que las sanciones últimas que le fueron impuestas a Venezuela golpean y trastocan la economía de la nación caribeña y las posibilidades de recuperarse de su depresión al extremar la falta de bienes, productos y servicios esenciales para la población.
Luego de conocer la intervención en la ONU y habiéndose enterado de otras andanzas del mandatario, Oscar Ugarteche y Armando Negrete, en nota de opinión, recuerdan que la Academia de la Lengua define al sátrapa como “persona que gobierna despótica y arbitrariamente y que hace ostentación de su poder”, por lo que concluyen que “No existe un sustantivo adjetivado más exacto para definir al actual presidente de EEUU”.
Asimismo, no debe quedar fuera de esta reseña parcial el hecho del enfrentamiento en Charlottesville, Virginia, en que negros fueron atacados por supremacistas blancos –entre los que se encontraban miembros del Ku Klux Klan– donde asesinaron a un muchacho afrodescendiente: el acto terrorista, para la mayoría, fue considerado por el presidente como perpetrado por algunos sujetos “buena gente”.
Siete días después de llegar a la presidencia, Trump pagó su primer gran favor a la omnipotente industria militar. El argumento fue que “Para alcanzar la paz por medio de la fuerza, será política de los Estados Unidos reconstruir las Fuerzas Armadas” y de inmediato iniciaron los grandes negocios que beneficiaron a Lockheed Martin, Boeing, BAE Systems, Northrop Grumman, Raytheon, General Dynamics, Honeywell y Dyncorp, entre otras. No hay presidente estadunidense que cuestione o esté contra las utilidades del complejo que maneja “intereses inamovibles de quienes dirigen el mundo”, y Trump se portó como “un buen muchacho”.
Cuando se pasa raya a lo visto y se ponderan las acciones emprendidas por Trump en distintos campos, es cuando las palabras de Donald Abelson -de la Universidad de Ontario- cobran mayor sentido: “El (presidente) habló sobre cómo durante su administración los Estados Unidos serán testigos de la mayor acumulación militar en la historia del país. ¿Quién se beneficia? El Pentágono, los contratistas de defensa y los trabajadores en algunos estados particulares.”
Pero las armas no se acaban ahí: hay quienes promueven su uso y hasta la acumulación entre particulares: algo así como una afición o adicción. Y el 1º. de octubre un hombre de 64 años, desde un piso alto de Las Vegas, atacó a 20 mil personas de un concierto de música: mató a 59 e hirió a más de medio millar antes de ser abatido. La policía incautó del muerto 42 armas de fuego y miles de municiones.
Pese a ello, nadie piensa que el presidente vaya a firmar un decreto prohibiendo la venta de armas largas, limitando calibres y municiones, demandando exámenes psico-físicos; tampoco a la industria de armas de mano se le ponen límites: la ANR (Asociación Nacional del Rifle, aportadora de los partidos políticos Republicano y Demócrata) no lo concibe y no lo permite.
Concluimos que mediante diversas formas de acción las derechas proceden a la construcción de su hegemonía. Según sostenía Gramsci la supremacía de un grupo social se manifiesta de dos modos: como “dominio” y como “dirección intelectual y moral”. Un grupo social es dominante de los grupos adversarios que tiende a “liquidar o a someter”, incluso con la fuerza armada.
Periodista uruguayo que en Montevideo trabajó en CX 8 – Radio Sarandí (1972-76). En el exilio (1976-19859 escribió en El Día, México; El Nuevo Diario de Nicaragua y Agencia Nueva Nicaragua (1983-90). Asimismo, en México lo ha hecho en Novedades, La Jornada y Aldea Global de México (1998-2014). En la actualidad escribe regularmente en Uruguay para el Semanario Voces.