Yegua, puta y montonera
La contundencia de las palabras del título requiere una explicación. Hay que decirlo de frente y asumir responsabilidades. Soy un convencido de que en un texto político, ni los exabruptos, ni las palabras altisonantes, ni las definiciones duras –durísimas como las que aparecen en el encabezado de esta nota– son recomendables para iniciar una reflexión que procura hacer referencia a una situación política de creciente deterioro como la que vive la sociedad argentina. Para que las cosas se entiendan hay que poner las palabras en el contexto adecuado. El país está en vísperas de un proceso electoral de medio camino destinado a renovar parte del Poder Legislativo. El próximo 22 de octubre habrá elecciones generales y de los resultados que de ellas se deriven podrá inferirse cierto comportamiento, o al menos los indicios de las preferencias ciudadanas en materia de divisas partidarias, con miras a la designación, en noviembre de 2019, de las nuevas autoridades nacionales.
Conviene hacer memoria y de ser posible, anotar las fechas para no perder el hilo de los acontecimientos. A fines de ese año, la elección de un nuevo presidente –que confirme o sustituya al actual mandatario Mauricio Macri– puede irse dibujando entre bambalinas de acuerdo a los resultados que se registren en octubre próximo, cuando las dos principales fuerzas que se disputan las simpatías populares –la gobernante coalición conservadora Cambiemos y la alianza Unidad Ciudadana motorizada por la exmandataria Cristina Kirchner– procuren alcanzar la mayoría legislativa.
Una elección de medio camino suele ser un acontecimiento casi rutinario en la mayoría de los países del mundo que se rigen con sistemas de representación política basados en el ejercicio del voto universal y la competencia partidaria. Pero el caso argentino constituye una especie de peculiar anomalía y de excepción a esta regla jurídico-institucional.
La polarización de la opinión pública se han enfrascado en una lucha feroz por el control cultural y la manipulación de la subjetividad que rige buena parte del imaginario colectivo.
Desde el cambio de autoridades federales el 10 de diciembre de 2015 Fin del mandato de Cristina y ascenso de Macri a la presidencia– la polarización de la opinión pública y de las diversas instancias de representación social partidos, cámaras patronales, organismo profesionales, sindicatos y sobre todo, los medios impresos y electrónicos se han enfrascado en una lucha feroz por el control cultural y la manipulación de la subjetividad que rige buena parte del imaginario colectivo. Estos factores suelen ser la base a partir de la cual se emite el voto en favor de una u otra fuerza electoral. Y hay que reconocerlo, en este terreno la derecha agrupada en Cambiemos y sólidamente respaldada por los medios hegemónicos que giran en la órbita de los diarios La Nación y Clarín, llevan una ventaja considerable. Es loable el enorme esfuerzo de periódicos como Página 12, Tiempo Argentino, algunos sitios web y la televisora C5N. También cabe destacar la nobleza política y seriedad profesional de Víctor Hugo Morales, Roberto Navarro y Gustavo Sylvestre. El empeño de todos ellos resulta admirable, pero es poco, muy poco si se compara con la maquinaria publicitaria de licuar identidades que maneja el oficialismo.
La cargada mediática sobre la figura pública, trayectoria política y quehaceres de la vida privada de la expresidente Cristina Kirchner, reconoce pocos antecedentes. Habrá que remontarse a 1955 cuando el derrocamiento del gobierno constitucional del general Perón puso en marcha una cacería de brujas solo comparable con la fiebre anticomunista que Estados Unidos estableció en los países bajo su control durante la segunda posguerra.
Los ataques contra la exmandataria –ahora candidata a senadora por Unidad Ciudadana– se centran en cuatro aspectos sustantivos: a. los directamente vinculados a su gestión y a la de Néstor Kirchner, que la antecedió en el cargo (2003-2007); b. aquellos relacionados al desempeño, cuestionable en algunos aspectos, de quienes integraron su gabinete; c. los beneficios económicos obtenidos de manera supuestamente indebida, por grupos empresariales encargados de ejecutar las obras públicas; d. la firma del memorándum de entendimiento con el gobierno de Irán con el propósito de obtener el testimonio de un grupo de ciudadanos de ese país sospechados de haber instigado el atentado contra la mutual de la comunidad judía en Buenos Aires (julio de 1994). Sobre esta decisión diplomática, cabe un comentario que no es un dato menor, los gobiernos de Néstor y Cristina dieron muestras de una preocupación y de poseer el valor político, que no tuvieron otros mandatarios, para encontrar una respuesta satisfactoria al atentado dinamitero. Ni Carlos Menem, presidente en el momento de los hechos, quien pactó con el dirigente comunitario Rubén Beraja, una “estrategia de investigación” que solo sirvió para tergiversar las pruebas y degradar evidencias, ni quienes le sucedieron, Fernando de la Rúa y Eduardo Duhalde, demostraron interés en lograr el testimonio de los presuntos instigadores de esos trágicos hechos. Curiosamente, como una forma de pago a las decisiones tomadas por Néstor y Cristina, la exmandataria será procesada por traición a la patria, otra perla para tomar nota, solo dos presidentes han debido afrontar un cargo de esta naturaleza a lo largo de toda la vida de Argentina como nación soberana: Juan Perón y Cristina Kirchner.
No es el propósito de este artículo desglosar cada uno de los capítulos mencionados en el párrafo anterior. Las implicancias legales y la manipulación, descaradamente política con la cual se están manejando cada uno de los cargos contra Cristina y algunos de sus colaboradores, puede seguirse por la prensa escrita o por los múltiples programas de radio y televisión que se ensañan contra la figura de quien fue dos veces electa presidente de todos los argentinos.
En tiempos recientes, la ahora candidata al Senado optó por reformular su estrategia de campaña y sustituir los actos masivos en plazas y estadios por la visita a centros de trabajo, hospitales, escuelas y universidades, barrios humildes y empresas recuperadas. Este presunto intento de “eludir” a los medios puso en marcha otra campaña canallesca contra su persona, la apuesta si daría –o no– una entrevista en exclusiva se transformó en una quiniela nacional.
Y una vez más, la inteligencia y el valor ciudadano de Cristina pudo más que toda la mezquindad y mala fe de una derecha oportunista y rastrera. Contra todas las especulaciones, se acordó una entrevista con una plataforma ultra-gorila y acérrima enemiga de las causas populares: Infobae.
El reportero que asumió la entrevista, fue uno de esos policías buenos que esperan el fin de las sesiones de tortura para explicarle al detenido, que si colabora, la justicia sabrá valorar su actitud de ladrón arrepentido y será recompensado con la sanción de una condena menos grave. Luis Novaresio, a diferencia de cierta vulgaridad muy de moda en los programas políticos, evita el uso explícito de frases coloquiales de tono subido y no acude a las adjetivaciones degradantes. Es como la otra cara de Jorge Lanata y Luis Majul, así se manejó durante la entrevista de una hora y media con Cristina.
Cuando el diagnóstico de cáncer que afectaba a Eva Perón, la oligarquía golpista formó brigadas callejeras para escribir en las bardas una leyenda que aún suena como un agravio: “Viva el Cáncer”.
Queremos rescatar un pequeño fragmento de esa extensa charla de ida y vuelta. Cuando el periodista Novaresio le reprochó la distribución de algunos carteles que en son de burla, las agrupaciones juveniles peronistas habían pegado en las calles de Buenos Aires con la imagen distorsionada de analistas políticos de los diarios Clarín y La Nación, Cristina en tono firme pero sin perder la compostura, le recordó que los grupos políticos críticos de su gobierno, habían tapizado, en más de una ocasión, algunas avenidas de la capital argentina con carteles que mostraban su rostro cruzado con las tres palabras que dan título a esta nota: “Yegua, Puta y Montonera”.
Pero cuidado, que el árbol no tape el bosque y que no se nos olvide la historia. A fines de 1951, cuando el diagnóstico de cáncer que afectaba a Eva Perón era una noticia que anidaba en todos los rincones del país, la oligarquía golpista formó brigadas callejeras para escribir en las bardas una leyenda que aún hoy, varias décadas después, suena como un agravio que subleva la sangre: “Viva el Cáncer”.
¿Tendremos que esperar nuevamente que reaparezca esa consigna de odio y aun así dar muestras de buenos modales, que la oposición no se merece, antes de que la voluntad popular haga tronar el escarmiento?
Y sobre esto cabe una última reflexión. ¿Cómo y cuándo empezó la grieta tan cacareada por los medios adictos al gobierno? En esta materia, enseñan más las derrotas que las victorias. Que no se pierda en los manuales de historia el derrocamiento de un presidente que cayó el 6 de septiembre de 1930, defendiendo el petróleo: Hipólito Yrigoyen. Ni el golpe de Estado que destituyó a Perón en 1955, ni el horror de la dictadura instaurada en marzo de 1976. Tampoco olvidemos que nuestro querido Salvador Allende dio la vida defendiendo el entramado institucional desde el cual se incubaba el huevo de la serpiente, el reptil que acabó con su régimen el 11 de septiembre de 1973.
De todos ellos tenemos algo que aprender y que no nos sorprendan, como ha ocurrido, con las manos amarradas a la hora de asumir la defensa de los intereses populares hasta las últimas consecuencias, si fuese necesario hacerlo, porque así lo dictan las circunstancias.
Sociólogo de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y Doctor en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).