Libro abierto
Si bien los chinos habían descubierto el papel siglos antes y tenían sus propias técnicas de impresión, la llamada “Biblia de Gutenberg o de 42 líneas” (cada página tenía ese número de líneas) fue el primer libro impreso de Occidente.
La impresión se llevó a cabo en Maguncia, Alemania, en 1454. Tuvo un tiraje de 180 ejemplares, todos diferentes entre sí, ya que Gutenberg se propuso demostrar que mediante los tipos móviles de su imprenta podía conseguirse la misma perfección que en sus scriptoriums lograban los copistas medievales.
La voz “libro”, sin embargo, data de tres siglos antes de que Gutenberg imprimiera aquella Biblia, viene del latín (liber, libri) y se refiere a la “parte interior de la corteza de las plantas”, elemento que los romanos empleaban como papel; por lo que fue la Biblia impresa en Maguncia la que le dio la significación que se emplea hasta hoy: obra impresa, no sólo mediante caracteres tipográficos, también puede ser un manuscrito o una serie de dibujos. Ese manuscrito o esos dibujos deben estar protegidos por una tapa y una contratapa y deberán asentarse en una serie de hojas de papel o de pergamino o de vitela o de cualquier otro material posible de ser encuadernado, ya que todo libro que se precie de tal debe estar encuadernado. “Conjunto de muchas hojas de papel u otro material semejante que, encuadernadas, forman un volumen”, sintetiza el diccionario de la Real Academia Española. Aunque eso no es todo, según la definición de la UNESCO, para ser “libro” deberá tener un mínimo de 49 páginas, si tuviera 48 o menos, automáticamente se convertiría en “folleto”. También se denomina “libro” a una obra de gran extensión publicada en varias unidades independientes, llamados “tomos” o “volúmenes”. Incluso suele llamarse “libro” a cada una de las partes de un texto, aunque físicamente se publiquen todas en un mismo volumen; los libros de la Biblia, por ejemplo.
A finales de 1971, Michael Hart, escritor y empresario estadounidense, puso en práctica lo que se denominó Proyecto Gutenberg. Consistía en copiar obras clásicas y difundirlas mediante mensajes de texto por medio de la reciente red de redes. El Antiguo y el Nuevo Testamento, Homero, Shakespeare, Mark Twain podían leerse en las pantallas de las computadoras. En poco tiempo los títulos se multiplicaron. Era el origen de lo que ahora se conoce por libro digital o e-book. En 1981 salió a la venta el primero de ellos: Random House’s Electronic Dictionary. En marzo de 2001 Stephen King puso en la red su novela Riding the Bullet y en apenas 48 horas, se vendieron 400 000 copias. El E-Book había llegado para quedarse. Comenzaron a aparecer varias editoriales electrónicas y muchas tiendas virtuales incorporaron libros electrónicos en sus catálogos. Aquí se repite un fenómeno similar al que produjo la llegada del libro impreso, aunque en aquellos días sucedió con bastante más lentitud: gracias a la imprenta, los autores de mediados del siglo XVIII dejaron de depender de la buena voluntad de un mecenas y comenzaron a negociar sus obras de forma independiente con editores y libreros. Del mismo modo, los textos hoy colocados en la red o brindados por medio de los e-books establecen otra relación entre los escritores y sus editores, generan otros tipos de alianzas y contratos. Asimismo, tal como sucediera con la Biblia de 42 líneas de 1454, los actuales e-books replantean lo que hasta ahora se conocía bajo la definición de “libro”. ¿Es el e-book un libro o se trata de un software; es decir: el soporte técnico de un sistema informático?
Jeremy Greenfield en “Are Ebooks Really Books”, un artículo publicado en la revista Forbes, sostiene que los e-books deben ser considerados bajo la categoría de software. Entiende que el poseedor de un e-book lo que en realidad adquiere es una licencia para acceder a un software que atesora una información. Cuando un colegio compra e-books —señala Greenfied— no está comprando un objeto que puede ser reutilizado por varios alumnos, sino que adquiere una licencia de uso. Aunque si nos detenemos un instante en esta definición, advertiremos que algo parecido sucede con el clásico libro impreso que cualquier clásico lector retira de cualquier biblioteca pública. Ese libro continúa siendo propiedad de esa biblioteca: el ticket o comprobante que firma al retirarlo es, de algún modo, su licencia de uso. El software de tal o cual libro bien podría ser un modo de la biblioteca pública del futuro.
Por lo que, volveríamos al comienzo: ¿Qué queremos decir cuando decimos libro? Creo que la respuesta la dio Borges en una clase magistral que ofreció en la Universidad de Belgrano, el 24 de mayo de 1978. Aquella vez, dijo: “De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación”.
Cerró su clase diciendo: “Eso es lo que quería decirles hoy”. Y es cierto, no hay nada más que agregar.
Escritor argentino. Ha publicado diversos libros de cuentos y novelas por los que ha obtenido premios, entre ellos el Premio Planeta 1995 por la novela Sucesos Argentinos. También ha trabajado en varias revistas literarias como El escarabajo de oro y la revista de ficción y pensamiento crítico Nuevos Aires.